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La España del maquis (1936-1965)

of: José Antonio Vidal Castaño

Punto de Vista, 2017

ISBN: 9788415930778 , 323 Pages

2. Edition

Format: ePUB

Copy protection: DRM

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Price: 7,99 EUR



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La España del maquis (1936-1965)


 

Capítulo 1

Guerrilleros en la Guerra Civil

“Ha llegado el tiempo de los lobos, la hora del fascismo:
las personas se comportan como lobos y estos como personas”.
Vasili Grossman: La Madonna Sixtina.

 

La existencia de la guerrilla antifranquista (vulgo, maquis) organizada como tal no existirá en España hasta el verano de 1944, en la recta final de la Segunda Guerra Mundial, y vendrá desde el exterior, desde el sur de Francia, para reencontrase en el interior con núcleos resistentes de emboscados y débiles apoyos en algunas ciudades. Este último supuesto establece, tal vez sin demasiado fundamento, una continuidad en la lucha por restablecer la República democrática, perdida oficialmente desde el primero de abril de 1939. La cruda realidad es que el imaginario franquista lo domina todo tras su victoria. El nuevo régimen mantendrá el ejército de ocupación como tal y decretará el estado de guerra hasta 1948. Lo que se entabla pues, desde la resistencia armada contra Franco, es un duro combate por sobrevivir en territorio hostil, con una población poco o nada permeable a continuar una lucha perdida, cargada de incógnitas que iremos planteando y tratando de resolver.

Sin embargo, se puede rastrear la existencia de guerrillas formadas principalmente por antifascistascasi desde los inicios de la Guerra Civil. Carentes, en sus inicios, de una organización centralizada, partidas de combatientes irregulares al servicio de la República vinieron actuando en algunos frentes desde las postrimerías de 1936. Grupos conocidos como los Niños de la noche, por ejemplo, actuaron en las inmediaciones de Madrid y en otros puntos.

A partir de mayo de 1937 se puso en marcha, por parte del Gobierno republicano, el llamado XIV Cuerpo de Guerrilleros, bautizado ampulosamente como XIV Cuerpo del Ejército Popular de la República, respetando el nombre que llevó inicialmente en Asturias. Se trataba, en realidad, de unidades militares, de fuerzas destinadas a realizar “operaciones especiales” tipo comando en la retaguardia del enemigo, hostigándole, causándole daños materiales y tratando de socavar su seguridad moral. Sus acciones concretas abarcaban desde la voladura de vías férreas o puentes, a la destrucción de depósitos de armas y municiones, pasando por dinamitar una carretera, cubrir una retirada o garantizar la seguridad de personas y colectivos.    

 

Los Niños de la noche

Durante la primera fase de la Guerra Civil se llegaron a formar grupos destinados a actuar en los frentes más conflictivos. Se trataba de partidas compuestas por media docena, o poco más, de milicianos voluntarios, con altas dosis de arrojo y autocontrol. Sus componentes eran muy jóvenes, poco más que adolescentes con un trago de más, y su misión consistía en acercarse lo más posible, amparados en las sombras de la noche, hasta las posiciones enemigas y haciendo pie en ellas, arrojar bombas en su interior, sembrando así la confusión y el temor ante un ataque tan imprevisto como inexistente.

El futuro enlace y guerrillero, el comunista valenciano Adelino Pérez Salvá, “Teo”, formó parte de uno de estos grupos. Era, como la mayoría de sus compañeros, voluntario y pidió ser enviado al frente más activo tras su incorporación a la milicia. Fue trasladado a Madrid y de allí a los altos del Guadarrama para relevar a otros combatientes. Permaneció en estos lugares desde agosto de 1936 hasta mayo de 1937, fecha en la que fue relevado. “Por la noche, cuando todo […] estaba en calma, cogías unas bombas, te aproximabas y se las tirabas a ellos, y te volvías. Estuvimos haciendo eso todo el tiempo.” Adelino considera en su testimonio, recogido en mi libro La memoria reprimida. Historias orales del maquis (PUV, 2004), que aquello “era una actividad aburrida”, porque no asaltaban propiamente las trincheras, y porque su participación en otras actividades era escasa. Disparaban y atacaban por sorpresa, sin ver al enemigo. Durante todo ese tiempo permaneció ­como sus camaradas­ en el frente sin disfrutar de un solo permiso para ir a Madrid.

 

Huidos, topos y guerrilleros

La actuación de los guerrilleros hasta bien entrado 1937 tuvo un comportamiento un tanto anárquico. Pronto tomaron contacto con núcleos de huidos que habían escapado a las montañas circundantes cuando las tropas franquistas ocuparon sus pueblos respectivos. La abundancia de huidos procedentes del mundo rural marcó la tendencia de los resistentes a hacerse fuertes en las zonas boscosas y nudos montañosos, donde era difícil verse sorprendidos por soldados enemigos. Amplias zonas de León, regiones fronterizas de Galicia con León, y Castilla la Vieja, Asturias y Cantabria abundaron en este tipo de agrupamientos. Para el ejército franquista de ocupación la existencia de estos huidos, e incluso de guerrilleros, era una simple cuestión de orden público. Como tal encomendaron, sin escrúpulo moral alguno, la tarea de su represión e incluso eliminación, a la Guardia Civil organizada al efecto para combatir la delincuencia y el bandolerismo en pueblos, aldeas, caminos vecinales y vías de comunicación terrestres, objetivos que no tardaron en ampliarse y extenderse a la disidencia política entendida como una lacra antipatriótica y anticristiana. Así pues, los resistentes al franquismo pasaron a asimilarse a bandidos y salteadores de caminos, amén de apátridas rebeldes y, por si fuera poco, ateos.

Los huidos realizaron algunas acciones de represalia en poblaciones de León, Galicia y algunas zonas del norte. Cortada su posibilidad de volver a la normalidad o de reintegrarse en el ejército republicano, luchaban por su supervivencia, utilizando métodos similares a los de sus enemigos. Secundino Serrano, en su libro Maquis. Historia de la guerrilla antifranquista, (Temas de Hoy, 2001), refiere acciones concretas de tipo violento encabezadas por resistentes que ocasionaron varios asesinatos. Se pregunta cómo fue posible cuando se trataba, en muchos casos, de militantes de organizaciones que estaban contra la violencia y por el respeto a la vida. En su opinión, estos grupos de huidos, acosados por las autoridades franquistas y motejados de malhechores, no tenían otro remedio que devolver golpe por golpe si querían asegurarse el respeto de sus contrincantes.

Al producirse la ocupación muchos hombres, y algunas mujeres, huyeron al monte, pero otros decidieron enterrarse en vida, hacerse invisibles, desaparecer. No se marcharon al extranjero como hacían creer a sus vecinos y parientes, sino que se escondieron en lugares inhóspitos y subterráneos (galerías, cuevas, pozos cegados, sótanos e incluso habitaciones secretas, etc.) Pasaron años sin ver la luz del sol. Fueron los llamados topos. Su existencia, en pueblos e incluso en algunas ciudades, difícil y siempre expuesta al peligro de ser detenido por una denuncia, constituye uno de los capítulos más tenebrosos de la resistencia contra Franco. No fue la suya, desde luego, una resistencia activa, y algunos de ellos, cuando pudieron salir de sus escondrijos, mostraban una notable decadencia de sus facultades físicas e incluso mentales.

Varios autores han recogido testimonios personales sobre la existencia “subterránea” de estos topos. Un libro apasionante fue el publicado por los escritores y periodistas Jesús Torbado y Manuel Leguineche: Los topos. El testimonio estremecedor de quienes pasaron su vida escondidos en la España de la posguerra, (El País/Aguilar, 1999). En el texto se recogen, de manera novelada, testimonios de muchos de ellos. Algunos eran alcaldes o autoridades republicanas, otros militares que desertaron, e incluso comerciantes, abogados, novelistas, etc., que habían logrado enfurecer al régimen de Franco. Se reseña el testimonio del guerrillero Pablo Pérez Hidalgo, alias “Manolo el Rubio”, que (tras ser un guerrillero activo en los años cuarenta), decidió esconderse, por lo que sobrevivió incluso a la represión policial contra el maquis. Es conveniente señalar que, si bien estuvieron ocultos buena parte de la posguerra, su “desaparición” se produjo en la mayoría de los casos en plena Guerra Civil ante la inminente llegada del ejército de ocupación y el temor a las habituales y crueles represalias o en las postrimerías de la misma, en 1939.

Uno de los casos más significativos es el de Manuel Cortés, el último alcalde republicano del pueblo de Mijas, en Málaga. Cortés “reapareció” en abril de 1969 tras haber estado oculto treinta años en su propia casa. Esta circunstancia fue posible gracias a la ayuda de su esposa Juliana. Lo que motivó el abandono de su...