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Lisboa. La ciudad que navega

of: Jaume Bartrolí

Ecos Travel Books, 2013

ISBN: 9788415563280 , 300 Pages

Format: ePUB

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Price: 9,99 EUR



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Lisboa. La ciudad que navega


 

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El paso de Ulises


Cuentan tantas cosas… Incluso que fue el ingenioso Odiseo –nuestro Ulises– quien fundara Lisboa tras quemar Troya y emprender su interminable retorno a Ítaca. Y como prueba afirman que le dio su nombre: Ulyssippo, según el geógrafo Pomponio Mela, que era hispano de Algeciras y por tanto sabría de qué escribía; Olisippo luego en la Historia Natural de Plinio el Viejo; Olissipona al final en latín vulgar. La etimología es falsa y la leyenda, evidentemente, espuria. Sin embargo, y como era de esperar, Camões la recogió en Los lusiadas y la elevó a la categoría de mito:

 

“Ulises é, o que faz a santa casa

Á Deusa, que lhe dá língua facunda;

Que, se lá na Ásia Tróia insigne abrasa,

Cá na Europa Lisboa ingente funda”

 

“Es Ulises, quien ofreció a la diosa tan santa casa, en agradecimiento de la elocuencia de que le dotara, quien, si en Asia la insigne Troya quema, en Europa la gran Lisboa funda.” ¿Qué origen más bello pudiera imaginarse para una ciudad capaz de levantar ella sola un imperio marítimo? Una advertencia: el mito ni es griego ni es latino y en la Odisea de Homero no encontraréis ni una palabra sobre ello. Sin embargo, algo tiene de cierto: si jamás Ulises hubiera traído su nave hasta aquí, seguro que habría deseado fundar una ciudad. Además, habría visto muchos olivos. Y eso le hubiera recordado a Ítaca.

Aun así, el mito fundacional de Lisboa tiene un origen remoto. El rastro se remonta a escritores tardolatinos de los siglos iv y v: al gramático Cayo Julio Solino9 y el enciclopedista Marciano Capela10. En el siglo VIII lo recogió san Isidoro de Sevilla en sus Etimologías: “Ulises fundó y dio nombre a Olisipona; en este lugar, al decir de los historiadores, el cielo se separa de la tierra y los mares de las tierras secas”11. Como el obispo sevillano fue uno de los hombres más ilustrados de aquella época de oscuridades, durante la Edad Media sus Etimologías se convirtieron en un libro de referencia. Y no hay duda de que inspiraron a Lucas, obispo de Tuy, cuando allá por el siglo XIII recuperó en su Chronicon la paternidad de Ulises en la fundación de Lisboa12. En cambio, un coetáneo suyo, el rey Alfonso X “El Sabio” de Castilla y León, la atribuía en su Primera Crónica a un nieto y una biznieta del esforzado viajero: él, llamado como su abuelo, y ella, Boa; sus nombres sumados habrían dado el nombre a la ciudad: Ulises + Boa = Lisboa.

Perdonadme la erudición. Son cosas que hoy en día facilita Internet. Pero no me negaréis que hay algo de fascinante en seguir el rastro del nacimiento de mitos y leyendas y ver cómo crecen y se multiplican. Pues en una época en que los autores se copiaban entre ellos –como ahora– la falacia progresó. Basta ver la larga lista de cronistas que la repiten. Ayudaba además el afán por halagar a los reyes otorgándoles un linaje de alcurnia: un imperio marítimo que se remontaba a Ulises ¡Qué mejor legitimación histórica para la monarquía portuguesa frente a las ambiciones de Castilla! Lisboa se equiparaba con aquellos otros nobles linajes europeos fundados en su caso, no por el vencedor de Troya, sino por los vencidos que consiguieron huir: los latinos convertidos por la pluma de Virgilio en descendientes de Eneas, los británicos de su biznieto Bruto, los franceses de su primo Franción…

Lo más sorprendente es que tan bella patraña era fruto de un error. Alguien leyó mal un pasaje de la Geografía de Estrabón, aquel donde da la relación de las ciudades de la Hispania del siglo I. Él geógrafo griego tuvo buen cuidado de distinguir entre la atlántica Olysipo y la mediterránea Ulysea que, según él, Ulises habría fundado cerca de Málaga. Pero al parecer los mencionados Solino y Capela tuvieron lo que en aquel tiempo y en latín vulgar llamaban un lapsus, o sea, se liaron al leerlo, intercambiaron los nombres y Lisboa pasó a ser la afortunada “hija” de Ulises. De nada sirvieron las advertencias de los escasos eruditos rigurosos que avisaban del error. Una fábula tan sugerente tenía que ser a la fuerza del agrado de poetas, escritores, viajeros y demás gente de rica imaginación, que desde entonces se han dedicado a pregonarla a los cuatro vientos. Una vez el genial Camões la incorporó a su epopeya nacional, ya nadie pudo desterrarla del imaginario colectivo.

Pero si Homero no la canta y Camões sólo lo hace de pasada en unos versos, ¿quien se encargó de poner letra a la leyenda? Los sueños de unos y los deseos de escucharlo de los otros, diríamos: juntos entretejieron las historias, en plural, pues versiones hay más de una y la visita de Ulises ha alimentado mucha literatura.

Lisboa, ciudad de fabuladores. Algunos situaron aquí los amores de Ulises con la ninfa Calipso. Ampliando con su imaginación la de Homero, contaron que el celtíbero Gárgoris o Gorgoris, rey mitológico de Hispania, ofreció su hija Calipso a Ulises. Hasta se atrevieron a dar la fecha exacta: el 1215 a.C. El fruto de tal encuentro sería un niño de nombre Abidis, que fue abandonado en una canasta en el río Tajo (como Moisés) y alimentado por una cierva (como Rómulo y Remo por la loba). Con los años, Abidis también fundaría una ciudad: Santarém13.

Sin embargo la versión que más se escucha es la que convierte Lisboa en fruto de los amores de Ulises con la reina Ofiussa. Los navegantes griegos de la antigüedad llamaban Ofiussa –“Tierra de Serpientes”– a la costa portuguesa. Y cuenta la leyenda que el país era gobernado por una reina medio mujer medio serpiente, una meiga cuya insinuante voz poseía un terrible poder de seducción. La reina tenía por costumbre subir a lo alto de un monte y gritar para escuchar su propia voz retornada por el eco: “¡Este es mi reino. Yo soy quien manda aquí, y ningún ser humano se atreverá a poner sus pies. Si alguien osara, no pasaría ni un minuto antes de que mis serpientes le ahogaran!”.

Hasta que llegó el valiente que desafió su amenaza: Ulises, claro. De sobras es sabido que el rey de Ítaca poseía encantos que volvían locas a las mujeres. Homero así lo da a entender en los casos de la ninfa Calipso, la hechicera Circe y la princesa Nausica, por no hablar de la desdichada Penélope, que veinte años estuvo esperándole destejiendo de noche lo que había tejido de día. Pues parecido le sucedió a la reina de las serpientes. Se enamoró de él y, en vez de enviarle sus ofidios para estrangularlo, intentó por todos los medios retenerlo a su lado. El prudente Ulises le dejó hacer para que sus compañeros de navegación pudieran tomarse un descanso. Aunque si bien supo resistirse a los hechizos de la reina, no así a la belleza pródiga del país del Tajo. Y un día Ulises subió al mismo monte donde la reina acudía a hacer sus proclamas y gritó a los cuatro vientos: “¡Aquí construiré la ciudad más bella del Universo, y le daré mi propio nombre. Será Ulisseia, capital del mundo!”

Después de esto, y una vez saciados el hambre y la sed de sus hombres, el astuto Ulises se embarcó dejando a la reina desconsolada. Tan desesperada estaba que le persiguió serpenteando con su cuerpo de reptil por la costa con tal ímpetu que labró las siete colinas14 encima de las cuales se asienta Lisboa.15

Estas historias os las explico yo porque no esperéis que la gente que encontréis os las vaya a explicar. Son historias que están en los libros antiguos y que los lisboetas de hoy en día apenas conocen ni les importan, ocupados como están en capear las dificultades cada día mayores de la vida. Pero eso no les quita su valor. Porque los mitos no son importantes por ser ciertos, que no lo son, sino porque al haberlos creído alguna vez nos hicieron como somos. Así lo entendió el genial Fernando Pessoa, cuando escribía en su poema Ulisses:

 

“O mito é o nada que é tudo.

O mesmo sol que abre os céus

É un mito brillante e mudo–

O corpo morto de Deus,

Vivo e desnudo.

Este, por aqui aportou

Foi por não ser existindo.

Sem existir nos bastou.

Por não ter vindo foi vindo

E nos criou.

Assim a lenda se escorre

A entrar na realidade”16

 

“El mito es la nada que lo es todo. El mismo sol que abre los cielos es un mito brillante y mudo–. El cuerpo...