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Educar para sanar - Ciencia y conciencia del nuevo Paradigma Educativo

of: Jorge Benito, Christian Simón

Editorial Bubok Publishing, 2016

ISBN: 9788468682488 , 444 Pages

Format: ePUB

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Price: 3,99 EUR



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Educar para sanar - Ciencia y conciencia del nuevo Paradigma Educativo


 

 

Capítulo 1. El primer septenio de vida: la compleción orgánica

 

 

 

La primera etapa evolutiva del ser humano, que va desde el nacimiento a los siete años aproximadamente, comprende desde la llegada al mundo hasta la caída de los dientes de leche, la cual nos indica que los procesos formativos y de fortalecimiento orgánico de la primera infancia han llegado a su fin o han alcanzado la madurez necesaria para que las fuerzas vitales se puedan emplear en tareas intelectuales. Durante este período, también llamado primera infancia, existe una dependencia total de la protección materna y el hogar se erige como centro de la vida humana. En esta etapa todas las virtudes latentes del ser humano se concentran en una sola: crecer saludablemente.

 

 

Aspectos fisiológicos del primer septenio: desarrollo cerebral

 

El conocimiento científico de cómo se desarrolla el cerebro humano tras el nacimiento y la manera en que el cerebro aprende en base a su entorno (desde el primer instante en que el bebé sale del útero materno), revela el profundo impacto que este órgano tiene en la educación y los procesos cognitivos y de aprendizaje.

 

Tras el nacimiento y hasta aproximadamente los dos años se produce un crecimiento progresivo de las redes neuronales y las conexiones sinápticas. En esta etapa, la organización sináptica se sustenta fundamentalmente a través de la entrada de información sensorial, lo que explica la enorme importancia que los factores ambientales tienen en el desarrollo cerebral propio del primer septenio. El crecimiento debe apoyarse en lo sensorio: el mundo se vierte sobre el alma a través de lo que penetra por los sentidos. Sin embargo, la estimulación sensorial inadecuada o artificial provoca una intensa ansiedad, y desencadena una búsqueda, a veces compulsiva, de fuentes artificiales de goce que logren reactivar el sistema neuronal de gratificación (base de las adicciones).

 

La corteza visual y, sobre todo, la corteza prefrontal (encargada de la gestión del mundo emocional a través del sistema límbico, la memoria funcional o la planificación de actos motores voluntarios) y el sistema límbico (el centro emocional) tienen su pico de desarrollo durante este primer período. Los principales mecanismos de aprendizaje que tienen lugar en este primer septenio se basan en la información sensorial, la que percibimos a través de nuestros sentidos; dicha información pasa por el filtro del sistema límbico, el cual la dota de una etiqueta (“esto es bueno, esto es malo”) que quedará almacenada en el inconsciente. Más adelante, esta información almacenada sustentará procesos cognitivos más complejos, como la asociación, el razonamiento o los procesos mentales. En este curso interviene el hipocampo, que forma parte del sistema límbico y constituye la estructura principal para los procesos de memoria.

 

En este proceso de aprendizaje a través de la información sensorial dotada de emoción es especialmente importante la función de la amígdala, la cual está conectada a casi todas las estructuras del cerebro. La amígdala es una de las estructuras que participan en la elaboración de la emoción y la motivación. Desde un punto de vista científico, todo está impregnado de emoción: sin emoción no hay cognición. Sin estimulación emocional ni siquiera podríamos adquirir aprendizajes durante esta primera etapa de desarrollo, ya que careceríamos del sustrato que nos predispone y motiva a aprender.

 

Es importante tener en cuenta que el desarrollo cerebral se produce de forma asincrónica, es decir, que tiene tiempos y ritmos diferentes en función de la etapa de desarrollo en cuestión. Estas son las llamadas ventanas plásticas, las cuales se “abren” en momentos determinados, y es en esas circunstancias cuando puede penetrar la información del entorno, motora, sensorial, social o emocional; ningún otro momento es más idóneo que ese, pues esas ventanas abiertas se cierran para dar paso a otras. Estos períodos críticos ponen nuevamente de manifiesto la importancia del entorno para el desarrollo de las funciones cerebrales.

 

En estas ventanas plásticas se convierte en realidad aquello que existe en potencialidad. Por ejemplo, una de las ventanas más importantes del primer septenio es la correspondiente al lenguaje. Este existe en potencia, pero solamente un aprendizaje durante un período de tiempo determinado consigue convertir la potencialidad en una capacidad lingüística funcional. Si un niño nunca ha oído hablar a sus congéneres antes de los siete años, tendrá enormes dificultades para adquirir esta capacidad. El niño necesita, para un desarrollo óptimo de esta potencialidad latente, rodearse de ambientes ricos en conversaciones.

 

Este concepto de la ventana plástica es determinante para saber qué elementos y estímulos son los más relevantes para una mejor educación y enseñanza. Si sabemos qué se está desarrollando y cuándo, entonces podemos ser mucho más eficaces en términos de los factores ambientales y estímulos a los que exponemos a los niños.

 

El cerebro no puede funcionar por sí solo, sino que necesita los estímulos del entorno. Ya desde el útero, con el comienzo de la formación del sistema nervioso, el bebé absorbe la información de lo que le rodea, desde la posición de su madre y el estrés que esta vive, hasta su alimentación y las voces que escucha (profundizaremos más en este tema en el cuarto capítulo). Y es precisamente en esta etapa cuando empieza a gestarse esa individualidad que va más allá de la genética (epigenética) y que será tan determinante para los procesos de aprendizaje futuros. Este es uno de los fundamentos que sustentan un abordaje educativo individualizado. La estandarización masiva de los procesos educativos es un error grave de la corriente pedagógica dominante que fomenta la robotización del ser humano. El respeto de nuestra individualidad es, además de un deber moral, una necesidad evolutiva.

 

Los principales cambios en el desarrollo cerebral, sin embargo, se producen tras el nacimiento. Desde el momento en que llegamos al mundo se inicia nuestro aprendizaje basado en la observación. A través de la corteza visual, cuyo pico de desarrollo se produce a los ocho meses de vida, somos capaces de observar nuestro entorno y asociar sensaciones a acciones. Una de las habilidades que adquirimos en la más temprana infancia es el reconocimiento de cantidades y tamaños. Se trata de una necesidad relacionada con nuestra supervivencia biológica ancestral, ya que era vital para discernir entre un depredador grande de uno pequeño, así como el número de depredadores a los que podríamos hacer frente, o incluso para decidir a qué árbol nos convendría más subir en función del número de frutos. Así, en los primeros compases de este septenio, los niños son capaces de distinguir tamaños y cantidades.

 

Otras habilidades de aprendizaje temprano son la imitación (de conductas, fundamentalmente de los padres), la atención compartida (mirar al mismo objeto o evento, algo que es crucial para el desarrollo de la comunicación y el aprendizaje) y la comprensión empática (sentir emociones y sentimientos). Con la imitación se acelera el aprendizaje en un contexto de seguridad, ya que se suprime la necesidad del mecanismo de ensayo/error, que redundaría en un retraso en la adquisición de habilidades necesarias para la supervivencia (y que se desarrollará más adelante, junto con procesos cognitivos más complejos). La atención compartida permite compartir la percepción del mundo, algo que los niños realizan dirigiendo la mirada en la misma dirección que la persona que está con ellos. Y la comprensión empática permite que, antes de desarrollar el habla, se expresen conductas empáticas y altruistas. Es muy común que, cuando un adulto expresa una conducta indicativa de que se ha hecho daño, los niños se acerquen de forma compasiva e incluso ofrezcan consuelo al adulto. Los infantes muestran de forma natural conductas altruistas, cooperativas y solidarias, impregnando su experiencia vital del ideal de bondad. En este primer septenio, la ciencia nos indica que la educación debe fomentar este tipo de actuaciones, pues son inherentes al ser humano desde sus más tempranas fases de desarrollo. Desde la neurobiología de las emociones se ha demostrado que el ser humano está delicadamente diseñado para recibir los efectos de la empatía, el amor, la belleza y todo lo que alimenta el alma. Es el amor el que modela y modula el cerebro infantil, así como muchas de sus funciones psicoinmunoendocrinas.

 

Es importante que los docentes conozcan cómo aprenden los niños antes de entrar en la escuela. Los primeros años vividos exclusivamente en el seno familiar son determinantes para el aprendizaje futuro del niño. Las oportunidades de aprendizaje experimentadas condicionarán el desarrollo cerebral positivo a largo plazo. Existen estudios de neuroimagen que demuestran que estas experiencias están relacionadas con el establecimiento de las bases sólidas para la educación. En este período hay que prestar especial atención a la prevención o reducción de cualquier entorno negativo, propiciando un ambiente estable, estimulante y que ofrezca protección.

 

Los entornos adversos impiden el desarrollo de las redes neuronales que permiten el normal desarrollo del aprendizaje. Así, un...