Search and Find

Book Title

Author/Publisher

Table of Contents

Show eBooks for my device only:

 

Días de ocio en la Patagonia

of: William Henry Hudson

La Línea Del Horizonte Ediciones, 2015

ISBN: 9788415958352 , 240 Pages

Format: ePUB

Copy protection: DRM

Windows PC,Mac OSX geeignet für alle DRM-fähigen eReader Apple iPad, Android Tablet PC's Apple iPod touch, iPhone und Android Smartphones

Price: 11,99 EUR



More of the content

Días de ocio en la Patagonia


 

UN FELIZ REENCUENTRO


Causa sorpresa saber que este texto de William Henry Hudson no ha visto la luz en ninguna editorial española hasta el presente, a pesar de que constituye una de las obras que mejor define esa relación de encantamiento con la naturaleza que está en el espíritu de su larga obra. En alguna de sus numerosas ediciones argentinas, Fernando Pozzo, su más devoto hagiógrafo, médico e intendente del partido de Quilmes, al sur de Buenos Aires donde nació Hudson, nos recuerda que Días de ocio en la Patagonia es, de todos sus libros, “el que más íntimamente nos revela el curioso temperamento del autor”. Pozzo, médico y figura intelectual relevante de Quilmes, tradujo a la muerte del escritor algunas de sus obras aparecidas ya en Inglaterra, donde se había instalado desde 1874, a la edad de 32 años, y fue él quien dio con el lugar exacto donde nació W. H. Hudson en 1841: la estancia Los Veinticinco Ombúes, hoy una Reserva Natural y Museo dedicado a su memoria.

Que Hudson fue un escritor inusual no sólo viene dado por el peso en sus novelas y relatos de corte biográfico de una pasión sin límites por el mundo de la naturaleza, sino por sus propias circunstancias vitales. Nació en la Argentina y vivió en ella sus tres primeras décadas de vida, pero sus padres, Daniel Hudson y Carolina Augusta Kimble, eran norteamericanos de origen irlandés. Se habían casado en Boston y emigraron a la Argentina en 1836, donde se instalaron en un primer momento en el rancho de Quilmes, hoy Partido de Florencia Varela, y después en la estancia Las Acacias, en las cercanías de Chascomús, no lejos de Buenos Aires. Los seis hermanos, Daniel, Edwin, Enrique, Carolina, Alberto y Mary Helen disfrutaron de una infancia al aire libre, en un universo apegado a la vida de los espacios abiertos, las pampas y su escueta naturaleza animada por animales y aves que serán, con el tiempo, la gran pasión de Guillermo Enrique, como es conocido en la Argentina. La ruina del padre, la muerte de la madre, la enfermedad y la vuelta de la familia a la pequeña estancia de Quilmes, marcaron en sucesivas etapas la vida temprana del escritor cuya memoria rescató en sus últimos años en uno de los relatos biográficos más bellos de la historia de la literatura: Allá lejos y tiempo atrás, un título que bien podría haberse inspirado en el poema de su reverenciado Wordsworth, Lejos de las cosas y las batallas de antaño.

La segunda característica por la que Hudson será una figura inusual de la literatura argentina es, precisamente, porque comparte con ella su segunda filiación, la inglesa. Su origen anglosajón, la condición de colonos de la propia familia, que siempre preservó su propia cultura respecto a la de otros colonos, así como de las poblaciones originarias, le sitúa entre dos mundos culturalmente disímiles en el que uno prevalece sobre el otro. En su universo literario palpita el convencimiento de pertenecer a una instancia superior, a ese mundo que proyecta a partir de su centro una misión sobre su periferia, desde la que ordenar y tutelar la escala evolutiva que desciende hasta la población aborigen. Toda su obra literaria, analizada desde una perspectiva poscolonial, hace aflorar las contradicciones que impone su biculturalidad, y la profunda y compleja experiencia de vivir a compás de dos mundos con sus asonancias y sus divergencias.

Si bien su obra de ficción más estimada teje su urdimbre en la experiencia americana, toda su producción fue escrita en Inglaterra convocando esa calidez con la que la memoria esculpe sus impresiones más tempranas. Primero apareció su novela La tierra purpúrea (Acantilado), inspirada en su estancia en Uruguay, entonces llamada la Banda Oriental, que hoy es considerada su obra cumbre. Cuenta las aventuras de un botánico inglés, Richard Lamb, en un momento convulso entre las facciones de blancos y colorados que el propio autor vivió en su visita entre 1868 y 1869. Un libro elogiado después por Borges que lo consideró “de los pocos libros felices que hay en la tierra” y que llegó a contar, en los ochenta, con una traducción de la magnífica poeta Idea Vilariño para Venezuela y Uruguay. Y de los primeros años londinenses del autor, tras algunos relatos breves y artículos, llegaron dos relatos muy vinculados entre sí: El naturalista en la Plata y Días de ocio en la Patagonia cuyo texto viene a continuación. Tras numerosos ensayos sobre ornitología y naturaleza y algunos cuentos breves ambientados en América, como El Ombú (Espasa) y otros, Hudson dio a conocer otra de sus novelas más famosas: Mansiones verdes, que, junto al libro de sus memorias en la pampa, Allá Lejos y tiempo atrás (ambas en Acantilado), le consagraron como un autor de culto en Inglaterra y otros países.

Para entonces, el Thoreau argentino, el Príncipe de los Pájaros, el escritor que admiraba Conrad —“escribe con la misma naturalidad con que crece la hierba. Es como si un espíritu benévolo y sutil le susurrara las frases que debe poner en el papel”—, era ya un autor aclamado por su rotunda originalidad, por su universo narrativo habitado por personajes y héroes supervivientes en tierras extrañas y por la belleza y la sutileza de un mundo que podría ser la arcadia de toda fábula. Pronto, tras su llegada, fue acogido por Edward Garnett, escritor, crítico y editor que lo introdujo en su Círculo londinense de los martes en el restaurante Mont Blanc del Soho, al que eran asíduos autores como Ford Madox Ford, D.H. Lawrence, John Galworthy o Robert Cuninngham Graham. El apoyo de Garnett fue providencial no solo para abrir los salones literarios a una obra inspirada en la lejanía, en paisajes exóticos y personajes improbables, sino que contribuyó a su supervivencia y al desgaste de su mala salud, consiguiendo para él una pensión de 150 libras. Más tarde será su hijo, David, escritor y crítico, quien introduzca la figura de Hudson entre el Círculo de Bloomsbury.

Era ya un autor conocido y apreciado, pero no aún en el país donde nació. Se sabe que cuando el poeta indio Rabindranah Tagore visitó Buenos Aires en los años veinte, un periodista del diario La Nación preguntó intrigado al poeta la razón de su conocimiento de la naturaleza argentina, a lo que Tagore repuso: “Por los libros de W.H. Hudson (…), era un ornitólogo ilustre (…). Hudson me reveló la tierra Argentina”. Y eso que Hudson ya era uno de los fundadores de la Asociación ornitológica de El Plata en 1916; pero es en 1941, cuando se publica una antología de textos y estudios sobre su obra a cargo de Fernando Pozzo, Jorge Luis Borges, V.S. Pritchett y Ezequiel Martínez Estrada, entre otros, cuando de verdad se recupera en Argentina la figura de quien, en voz de Ricardo Piglia, fue un autor “de una argentinidad más allá de la lengua”. En fechas más cercanas la figura del escritor ha sido objeto de un análisis interdisciplinar en la antología coordinada por Leila Gómez y Sara Castro-Klarén, Entre Borges y Conrad; Estética y Territorio en William Henry Hudson (Iberoamericana/Vervuert), que incluye dieciséis textos que analizan la figura del escritor angloargentino desde todos los puntos de vista posibles.

Para ingleses y argentinos su figura es casi inasible, pues desde ambas orillas es difícil dar sentido unitario a lo que fue un haz de emociones contradictorias vividas desde realidades no sólo ajenas, sino enfrentadas, incluso. Un gaucho bicultural, un poeta de la mística de las pampas, un escritor para el que la materia prima y tablazón de su obra no se puede entender, si no es por la nostalgia y la memoria atrapada por siempre a una poética del lugar, que son los paisajes de su formación como escritor. De otro lado, esa misma escritura de tan vívida emoción por los aconteceres de los grandes espacios inmaculados, encontró en Inglaterra la sensibilidad adecuada para reconocer en ella el aliento por lo exótico y una evocación misticista de lo natural, algo que siempre ha estado presente de una manera u otra en sus identidades literarias.

El propio Hudson se veía a sí mismo más que un escritor, un naturalista, un prisionero de su pasión por la naturaleza y recordaba que su vida cambió radicalmente cuando abandonó Sudamérica. Como Joseph Conrad, también su epifanía literaria tuvo lugar en el instante en que quedó varado en tierra firme. También ambos nacen cuando inauguran una nueva vida sedentaria en Londres, una familia, un intercambio proteico con otros escritores y una vida social que se acrecienta a medida que sus obras van obteniendo el reconocimiento de los lectores y los críticos. Son obras erigidas por la memoria, por lo vivido tiempo atrás, en un momento vital en el que la acción, ese vagabundeo en un más allá de imprecisos contornos, lo ocupaba todo. Compartían los secretos de una vida bronca, una vida en la que sobrevivir exigía un pacto forzoso con los envites de la naturaleza, y además los dos eran extranjeros en una cultura demasiado centrípeta para abrirse a los márgenes. Se conocieron, se apreciaron, pero no se acercaron: “Nunca intimé con él —dirá Conrad—, pero siempre le tuve un real afecto. El secreto de su encanto como hombre y como escritor queda impenetrable para mí, algo sobrenatural. Era un producto de la naturaleza y tenía algo de su fascinación y su misterio». La naturaleza como nexo; mejor aún, la naturaleza como pasión y como vocación. En Allá lejos y tiempo atrás el escritor menciona el mismo y exacto viento...