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Breve historia de las ciudades del mundo medieval

of: Ángel Luis Vera Aranda

Nowtilus - Tombooktu, 2011

ISBN: 9788499672113 , 272 Pages

Format: ePUB

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Price: 7,99 EUR



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Breve historia de las ciudades del mundo medieval


 

Introducción

El urbanismo medieval.
Las grandes ciudades de la Edad Media

La Edad Media supone un período de retroceso para la humanidad en casi todos los sentidos para muchas personas. La cultura, la ciencia, el arte, el conocimiento, la propia civilización en sí decayeron, refugiándose en el recuerdo de muy pocos o en el olvido. Según esa opinión, bastante generalizada, se trata de una época oscura para la historia, un paso atrás entre lo que fue la brillante civilización clásica y el refinamiento propio del Renacimiento.

Y más concretamente, cuando se habla de ciudades, como es el objeto principal del libro, este mismo argumento de una gran crisis parece ser el único que se puede utilizar con propiedad para explicar lo que sucedió en ese período. De este modo, se piensa que desde finales de la época romana, o al menos desde el siglo III de nuestra era, las ciudades comenzaron a ser abandonadas por diferentes causas y, con el tiempo, muchas languidecieron en medio de un paisaje arruinado, o simplemente acabaron por perder paulatinamente su vitalidad, hasta acabar muriendo e incluso desapareciendo para el resto de la historia.

Para explicar este fenómeno, se esgrimen una serie de argumentos, como son el desencadenamiento de agudas crisis económicas, la despoblación a causa de epidemias o de emigraciones hacia zonas rurales, los ataques y saqueos por parte de los pueblos bárbaros e incluso también se apunta a las repercusiones que tuvieron diversas calamidades naturales como terremotos, inundaciones, etc.

Según esta misma opinión, no es hasta el siglo XV o incluso el XVI, cuando el fenómeno urbano empieza a salir del marasmo en el que se encontraba desde hacia más de mil años. El Renacimiento sería pues el momento en el que se empieza a recuperar la pretérita grandeza perdida, aunque sería tras la Revolución Industrial, ya en el siglo XIX, cuando el proceso de urbanización se extiende de forma definitiva por todo el mundo hasta llegar al momento actual, en que nos encontramos, en pleno auge de la urbanización del planeta.

Pues bien, esta opinión bastante generalizada de decadencia o incluso de desaparición de las antiguas ciudades, no deja de ser, como en tantas otras ocasiones, una visión bastante sesgada que proviene fundamentalmente del estudio del pasado por parte de la civilización occidental, y más en particular, por parte de los especialistas de los países de Europa occidental.

Es indiscutible que tras la caída del Imperio romano, las ciudades del mundo mediterráneo, sobre todo en su mitad occidental, experimentaron una acusada decadencia. El caso de Roma, la monumental capital del imperio fue, sin lugar a dudas, el más llamativo de todos ellos.

Pero incluso esta afirmación tan parcial resulta errónea. Durante el extenso período que nos ocupa, la ciudad de Córdoba, situada en el sur de la península ibérica, llegó a transformarse en una floreciente metrópolis que en su momento de apogeo, hace unos mil años, se convirtió en la mayor aglomeración urbana de todo el mundo, y pudo incluso alcanzar una cifra cercana al medio millón de habitantes.

Y hay que añadir que Córdoba no fue la única en experimentar un auge considerable en el ámbito Mediterráneo. En el extremo opuesto de ese mar, pero también en el propio continente europeo, se hallaba otra gran urbe cuyas raíces se hundían en la antigüedad clásica. Su nombre tenía sonoras concomitancias con uno de los emperadores romanos más conocidos, Constantino, que fue su fundador y de quien tomó el topónimo. Cuando en la parte más occidental de Europa las ciudades sólo eran casi un recuerdo, Constantinopla brillaba con un esplendor que era el asombro y la admi ración de quienes la contemplaron en aquel momento.

Este resurgir del fenómeno urbano no sólo afectó a la cuenca del Mediterráneo. Fuera de ella en sentido estricto, aparecían ciudades que, con el paso del tiempo, iban ganando prestigio, población y hasta un elevado nivel cultural. Es el caso de la capital de Francia, París, que si bien durante buena parte de este período medieval sobrevivió a duras penas entre invasiones, saqueos y enfrentamientos, cuando se sobrepuso a tanta adversidad, se mostró ante el mundo como uno de los centros principales del saber y del conocimiento.

Y si esta situación que hemos descrito anterior mente era sólo válida para una limitada parte del ámbito europeo (eso sí, ámbito que durante el siglo XIX y buena parte del XX, fue el que expandió su cultura por el resto del mundo, de ahí esa visión tan parcial y sesgada que antes comentábamos), en el resto del planeta carece de sentido aplicar esos mismos paráme tros tan propios del eurocentrismo decimonónico. Pero este, a pesar de que cada vez está más obsoleto en nuestro mundo actual, todavía subsiste en la conciencia colectiva de muchas sociedades.

Así por ejemplo, mientras que la civilización en Europa se hundía entre las continuas luchas de los pueblos bárbaros, y mientras que estos imponían una sociedad y una cultura decadente, simple, ruda y tosca, allá por Oriente Próximo comenzaba a despuntar una nueva civilización que en pocos siglos se convertiría en el centro político, cultural y económico de su tiempo: el mundo musulmán.

Este, heredero en buena medida de la tradición grecorromana, bizantina y también persa, organizó su imperio basándose en una gran red de centros urbanos desde los que se facilitara tanto una mejor administración y control del territorio bajo su dominio, como una más fácil expansión de la religión a partir de la cual había surgido: el islam.

La civilización musulmana favoreció y propició el desarrollo urbano y a él, entre otros ejemplos, pertenece la hermosa Córdoba califal a la que anteriormente hacíamos mención. Pero fue sobre todo en el Próximo Oriente donde las medinas o ciudades musulmanas alcanzaron su mayor desarrollo.

Las grandes capitales islámicas fueron las residencias de los califas que sucedieron al profeta Mahoma tras su muerte y se convirtieron de esa forma en las mayores ciudades del mundo de su tiempo. La ciudad siria de Damasco, en época de los omeyas, fue la primera, pero no fue en modo alguno la mayor de todas.

En el siglo VIII se levantó uno de los conjuntos monumentales más grandiosos de toda la historia islámica y casi se podría decir que del mundo entero, fue el Bagdad de los califas abasíes, la inolvidable ciudad que hicieran eterna los cuentos de Las mil y una noches. Por desgracia, casi nada de aquel fascinante conjunto de cuentos de hadas ha llegado hasta nosotros, pero por la admiración que despertó entre sus contemporáneos debió de ser verdaderamente algo digno de contemplar.

No sólo fue Bagdad, aunque sin duda fue la medina islámica más conocida, también otra aglomeración urbana de nombre cambiante, pero que desde hace algo más de mil años conocemos como El Cairo, continuó con la tradición islámica de enormes ciudades una vez que Damasco, Bagdad o Córdoba entraron en crisis.

Calle medieval de El Cairo, obra del pintor escocés David
Roberts, quien visitó Egipto durante la primera mitad del
siglo XIX y plasmó en sus cuadros la imagen que todavía
conservaba la ciudad en aquel momento.

Heredera de la gran tradición milenaria del país del Nilo, El Cairo fue un nuevo ejemplo de cómo hasta hace seis o siete siglos, la cuenca mediterránea era todavía el solar en el que se hallaban algunas de las mayores concentraciones de población que existieron en el mundo durante el período de la Baja Edad Media, es decir, durante los siglos XIV y XV.

Todo este panorama que hemos presentado está relacionado en realidad con el ámbito básico del mar Mediterráneo, porque de él casi no hemos llegado a salir con los ejemplos anteriores. En mayor o menor medida, todas las ciudades mencionadas hasta ahora están emparentadas de un modo u otro con las diferentes civilizaciones que surgieron en sus orillas o en zonas relativamente próximas al mismo.

Y es preciso recordar que a pesar de la gran transcendencia histórica que tuvieron y de que indiscutiblemente son las más conocidas para la civilización occidental, que todavía domina a grandes rasgos la cultura universal, no fueron sin embargo las ciudades más destacadas en el mundo durante la etapa que nos ocupa y a la que llamamos impropiamente medieval.

Por el contrario, y como ya había sucedido en el período al que en un libro anterior de esta colección denominamos el Mundo Antiguo o el período antiguo, las grandes culturas del planeta, los mayores centros de civilización donde se ubicaron los conjuntos urbanos más poblados y ricos de todo el orbe no se desarrollaron en los lugares descritos anteriormente, sino por el contrario en la zona del continente asiático que conocemos como el Lejano Oriente o también como el Extremo...