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Carlos V a la conquista de Europa

Carlos V a la conquista de Europa

of: Antonio Muñoz Lorente

Nowtilus - Tombooktu, 2015

ISBN: 9788499675893 , 352 Pages

Format: ePUB

Copy protection: DRM

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Price: 8,99 EUR



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Carlos V a la conquista de Europa


 

Capítulo 1


La aventura de Carlos VIII


EL LABERINTO ITALIANO


Antes de la invasión francesa de 1494, Italia era una de las regiones más pobladas y ricas del continente europeo. La península italiana estaba habitada por unos diez millones y medio de habitantes en 1500, frente a España, con unos ocho millones y medio, y Francia, que contaba con entre dieciséis y dieciocho millones. Pese a la prohibición eclesiástica de la usura, en Italia se iba a ensayar un capitalismo financiero embrionario que, en el siglo siguiente, constituiría la base de poder de los nacientes imperios de la Europa septentrional, Inglaterra y Holanda. Los soberanos Habsburgo y Valois pretendían también utilizar la región como base para sus operaciones contra el turco, cuyo Imperio, homogéneo y grandioso, amenazaba las fronteras orientales de los Habsburgo tras destruir en 1453 los restos del Imperio bizantino. Después de la caída de Constantinopla, los ejércitos de Mehmed II habían comenzado su avance irresistible hacia el oeste.

Los cinco grandes Estados estalianos (Roma, Venecia, Milán, Nápoles y Florencia) mantenían en teoría una entente pacífica asegurada por los acuerdos de la paz de Lodi (1454). Pero en la práctica, todos los señores italianos se vigilaban unos a otros, conspirando y pagando a los partidos de la oposición, de los que prácticamente había uno en cada ciudad importante.

El antiguo Reino de Nápoles-Sicilia había sufrido durante la Edad Media graves trastornos políticos que provocaron su definitiva escisión en la segunda mitad del siglo XV. El Reino de Sicilia pertenecía a la corona de Aragón desde 1282, fecha en que la población había expulsado a los franceses en la sublevación de las Vísperas Sicilianas. Al morir el rey de Aragón Alfonso V el Magnánimo (1396-1458), las dos Coronas quedaron separadas y su hijo, Ferrante I, se convirtió en rey de Nápoles, mientras la corona de Aragón sería para su hermano, Juan II.

Al norte del Reino de Nápoles comenzaban los Estados de la Iglesia. El Cisma de Occidente (1378-1417) había debilitado considerablemente la imagen del papa. El pontífice era continuamente interpelado desde dentro y fuera de Italia para que comenzara una reforma de la Iglesia. Estas exigencias de reforma se veían complementadas con un estado de exaltación religiosa, de profecías milenaristas y de clima espiritual agitado que había convencido a los europeos de que algún tipo de acontecimiento extraordinario iba a suceder al romper el siglo. El descubrimiento de América, junto con la idea de que estos reinos debían ser incorporados al plan de redención de la humanidad, la amenaza turca sobre las fronteras de Occidente, o la elección de Carlos V, personalidad rodeada de un aura mítica por propagandistas e incluso por el mismísimo Lutero, fueron acontecimientos característicos de esta agitación social e ideológica.

La crisis cismática condujo a reforzar las Iglesias nacionales en Francia o el Imperio, lugares donde los soberanos se habían acostumbrado cada vez más a intervenir en los asuntos eclesiásticos y convenció a los papas de que su única oportunidad para bregar con la nueva situación era actuar como príncipes italianos. La necesidad de contar con personas de absoluta confianza en el frágil contexto hizo que los papas fueran contando cada vez más con miembros de su familia, practicando un descarado nepotismo.

Al norte de los territorios papales se encontraban Siena y Florencia, la rica capital de la Toscana gobernada por los Médicis, que la habían elevado a las cimas de la cultura humanista y del arte de su época. Lorenzo el Magnífico, prototipo de hombre del Renacimiento, había muerto el 8 de abril de 1492. Sin embargo, bajo el aspecto glorioso de su cultura y sus riquezas, Florencia era la sombra de la poderosa ciudad que había sido en la primera mitad del siglo XV. Los negocios de los Médicis, tejedores convertidos en banqueros y políticos, se encontraban en la más absoluta bancarrota. Varias ciudades gobernadas con mano de hierro por Florencia, como por ejemplo la antigua República comercial de Pisa, ansiaban ser liberadas de su yugo y no dudarán en ponerse de parte de Carlos VIII cuando este entre en Italia.

Dominando los pasos alpinos y las ricas llanuras de la Lombardía, se encontraban los territorios del ducado de Milán. El dominio de Milán se extendía a las ricas ciudades lombardas: Novara, Pavía, Cremona, Alessandría y Brescia y al puerto de Génova. La mayor parte de estas ciudades estaban fuertemente protegidas por murallas capaces de resistir la artillería de asedio de los ejércitos italianos; su posición estratégica las convertía en paso obligado para cualquiera que deseara bajar hacia Nápoles o marchar hacia el este. Así pues, no es extraño que la Lombardía fuera a convertirse en los próximos años en el teatro de operaciones militares más importante de Europa. Y esto se vio favorecido por la profunda enemistad que separaba a Nápoles de Milán y al peculiar giro que la política del ducado del Norte había dado al caer en manos de Ludovico Sforza el Moro, al que apodaban Il Moro por el color oscuro de su tez, que pretendía convertirse en el árbitro de Italia. Ludovico se había hecho con el poder en Milán después del asesinato en 1476 de su odiado hermano Galeazzo Sforza.

Ludovico se había ganado la hostilidad de la dinastía de Nápoles al arrebatarle el poder a su sobrino Gian Galeazzo, que estaba casado con Isabel de Aragón, la hija del duque de Calabria. Y para luchar contra la unión entre Nápoles y Venecia, Il Moro se volvió hacia Francia en busca de ayuda. Seguro de que podría manejar al joven Carlos VIII, Ludovico envió a sus diplomáticos para convencerle de que entrara en Italia a la cabeza de su poderoso ejército y arrebatara a los de Aragón la corona de Nápoles.

Al este de las posesiones del ducado de Milán comenzaban los territorios de la República de Venecia, la Serenísima. Desde la paz de Lodi (1454) Venecia mantenía una relación de paz armada contra Milán. Después de la caída de Constantinopla en 1453, los ricos patricios venecianos habían dejado de considerar el comercio marítimo como principal fuente de riqueza, invirtiendo en el interior y manteniendo las ciudades bajo su dominio con una sabia mezcla de refinamiento y de calculada ambición. Venecia seguía siendo una potencia naval de primer orden, con una flota de más de tres mil navíos en 1450. Aún mantenía extensas posesiones en la orilla oriental del Adriático, en Istria, en Dalmacia y las islas Jónicas, en Chipre y en Creta, y sus hábiles diplomáticos y mercaderes extendían sus operaciones por todo el levante mediterráneo.

No obstante, la preocupación comprensible de Venecia por los asuntos del Mediterráneo la habían conducido a un cierto aislamiento. Fue precisamente esta sensación de aislamiento y el odio que las demás potencias italianas sentían por Venecia lo que le hizo cometer un error que iba a revelarse fatídico: en 1484 comenzaron a animar a Carlos VIII, recién coronado, para que reclamara sus derechos a la corona de Nápoles. También intentaron convencer a Luis, duque de Orleans, futuro Luis XII, para que expulsara a los Sforza de Milán, pues el duque era nieto de Valentina Visconti y por tanto poseía legítimos derechos a sostener sobre su cabeza la corona ducal.

Sin embargo, los venecianos no serían los únicos en sembrar la semilla de la destrucción de Italia. En 1490 no había en Italia una sola ciudad importante que no contara con un partido de opositores a su gobierno o de exiliados dispuestos a correr a calentarle las orejas al rey de Francia. Los émigrés más activos eran los napolitanos. El reinado de Ferrante I se había iniciado de hecho en 1459 con una guerra civil de seis años contra una poderosa coalición de barones que los Anjou habían apoyado. Ferrante sólo consiguió destruir la coalición gracias a la ayuda del rey Juan II de Aragón, el papa y Milán. Pero esto no evitó que en 1486 los barones volvieran a alzarse, esta vez dirigidos por la poderosa familia Sanseverino.

Muchos de los más destacados miembros de las grandes familias napolitanas tuvieron que exiliarse tras el fracaso de esta rebelión. Los Sanseverino pidieron consejo a Venecia sobre la mejor forma de acabar con Ferrante. Los venecianos estaban encantados ante la idea de librarse de uno de sus peores enemigos, así que aconsejaron a los Sanseverino que fueran a pedir ayuda al rey de Francia, que ahora había «heredado» los derechos del duque de Anjou a la corona napolitana. Así pues, los barones se dirigieron a Blois, a la corte de Carlos VIII de Valois.

EL REY AFABLE


Carlos acababa de cumplir veinticuatro años. El joven rey soñaba con guerrear en Italia. Carlos VIII se iba a presentar allí como la reencarnación de Carlomagno, rey de la mística paneuropea, junto a sus paladines de inquebrantable fe en las virtudes de la caballería andante.

Carlos había heredado un reino fuerte y rico. Su padre, Luis XI había conseguido debilitar a la nobleza rebelde y mantener quietos a los Parlamentos ciudadanos durante décadas, mientras se fraguaba la unidad de Francia. Después de que una última resistencia de los contribuyentes fracasara en los Estados Generales de 1484, los franceses se habían resignado gradualmente a pagar a su rey impuestos, ayudas y otros cargos excepcionales que se convirtieron en una buena fuente de ingresos que se añadía a las rentas «ordinarias» del monarca para financiar operaciones en el exterior.

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