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La vuelta al mundo en 80 historias

of: Francisco Javier Herranz Fernández

Punto de Vista, 2016

ISBN: 9788415930792 , 130 Pages

Format: ePUB

Copy protection: DRM

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Price: 6,99 EUR



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La vuelta al mundo en 80 historias


 

CAPÍTULO 2
AMÉRICA

Antillas Menores: el huracán San Calixto de 1780

Las Antillas Menores son un conjunto de pequeñas islas de origen volcánico situadas en el límite oriental del mar Caribe. En ellas encontramos países soberanos y territorios dependientes. Sólo uno de los países independientes de las Antillas Menores, Trinidad y Tobago, supera el millón de habitantes. Todos los demás tienen una población inferior a los 300.000 habitantes, consecuencia directa de la pequeña extensión de estas islas.

Otras, por su parte, están vinculadas a otros países como Estados Unidos, Reino Unido, Francia u Holanda, fruto de las relaciones coloniales establecidas en el pasado.

Su privilegiada situación en el mar Caribe hace que muchas de estas islas sean famosas por su agradable clima y sus paradisíacas playas. Sin embargo, no son pocas las veces que el archipiélago ha tenido que lidiar con tormentas tropicales y huracanes. Las catástrofes naturales han sido una constante en la historia del Caribe, y han causado verdaderas tragedias. Uno de los peores huracanes conocidos de la historia tuvo lugar en esta zona en el siglo XVIII.

El año 1780 fue especialmente agitado en cuanto a huracanes se refiere en esta zona del Atlántico. No son muchos los datos que se conservan acerca de las tormentas que se vivieron ese año, pero la información encontrada parece indicar que la población caribeña vivió una de las peores temporadas de huracanes, que mermaron enormemente a las comunidades que habitaban las islas.

Hasta ocho grandes tormentas se registraron ese año, pero una pasaría a la historia por ser especialmente catastrófica.

El huracán San Calixto, o el Gran Huracán de 1780, como pasaría a ser conocido, se convirtió en el huracán más devastador que la historia haya podido documentar.

Más de 22.000 personas perdieron la vida entre el 10 y el 18 de octubre de aquel 1780. Su daño sólo es comparable al trágico huracán Mitch de 1998, que causaría 18.000 muertes, la mayoría en Honduras.

El Gran Huracán de 1780 azotó especialmente la zona oriental del Caribe, a las islas que componen las Antillas Menores.

Aunque la magnitud de la tormenta no se puede calcular, los investigadores estiman que alcanzaría hoy en día la categoría 5, con vientos que llegarían hasta los 280 kilómetros por hora.

Algunos documentos recogieron la experiencia de testigos, que describieron cómo el huracán se llevaba por delante resistentes edificios de piedra o pesados cañones de hierro.

Los expertos creen que la tormenta nació cerca de Cabo Verde en los primeros días de octubre. Barbados fue la primera isla visitada por el huracán, donde dejó 4.500 muertos. La más damnificada fue Martinica, donde el número de víctimas se elevó hasta los 9.000. En San Vicente, el huracán destruyó 580 de las 600 viviendas que había en la isla.

En aquellos tiempos, todas estas islas eran activos puntos económicos que reunían a comerciantes, piratas y soldados de distintas regiones de América y Europa.

Las flotas británica, francesa y holandesa sufrieron numerosísimas pérdidas, y su presencia en el Caribe se vio drásticamente reducida durante varias décadas.

Las consecuencias demográficas y económicas para el archipiélago fueron devastadoras. Campos y ciudades arruinados, comercio paralizado… El panorama era tan desolador que muchos de los colonos decidieron regresar a Europa, y algunas de estas islas quedaron semi-abandonadas.


Argentina: las manos de la Patagonia

Patagonia es el nombre que recibe la parte más austral del continente americano. Aunque hay otras teorías, se ha aceptado tradicionalmente que fue Magallanes quien empleó el término por primera vez en 1520, aludiendo a las grandes huellas que en la tierra dejaban los indígenas del lugar.

En cualquier caso, no son los pies, sino las manos, lo que destacaremos de esta región.

La Cueva de las Manos está situada en la provincia argentina de Santa Cruz, en el corazón de la Patagonia, cerca del río Pinturas.

De 20 metros de profundidad y 10 metros de altura, la cueva aparece aislada en medio de la naturaleza, lo que ha permitido su excelente conservación. No obstante, la ciudad más cercana se encuentra a más de 120 kilómetros.

Hoy está incluida en el Parque Nacional Perito Moreno, que destaca por su riqueza arqueológica y que permite demostrar la presencia de individuos en esta zona desde hace 15.000 años.

La Cueva de las Manos es una de las maravillas del arte prehistórico. Sus pinturas, datadas mediante el sistema de carbono 14, tienen más de 9.000 años de antigüedad.

La característica principal de la cueva es, claro, las numerosas manos que la decoran, junto con otras figuras menos habituales como animales, soles o signos geométricos. Estas representaciones han sido asociadas a los indígenas tehuelches y a sus antepasados.

A pesar de las distintas incursiones por la Patagonia durante el siglo XIX, la Cueva de las Manos permaneció oculta hasta bien entrado el XX. Fue Alberto María de Agostini, sacerdote italiano y explorador, quien llegó a la cueva por primera vez, en 1941. Relató su descubrimiento dentro de la obra Los Andes, publicada en 1950. Las primeras investigaciones científicas comenzaron en 1964 de la mano de Carlos J. Gradin.

El arte rupestre juega un papel fundamental para conocer y entender a las sociedades prehistóricas, pues nos aporta información muy valiosa acerca de su cultura y de su relación con el medio. Resulta muy interesante ver cómo aquellas sociedades plasmaban su visión del mundo a través del arte, aunque descifrar el verdadero significado de las representaciones es harto complicado.

La Cueva de las Manos no sólo contenía arte parietal, sino que en ella se encontraron restos arqueológicos como utensilios de piedra, huesos y pieles de animales, etc. No obstante, lo más destacado de la cueva son las pinturas que la adornan, con un significado complejo que aún está por descifrar.

Todas ellas se realizaron con pigmentos minerales, consiguiendo distintas tonalidades como el ocre, el verde, el rojo o el negro. Estudiando estos pigmentos se ha podido comprobar que los autores utilizaron distintos fluidos para obtener pinturas más acuosas o más espesas, además de añadir yeso que permitía una mejor fijación de en las paredes. Esto demuestra un cierto grado de complejidad en la técnica y, por consiguiente, que la actividad artística era importante para el grupo (de otra forma no se tomarían tantas molestias).

La mayoría de individuos no se pintaban la mano para luego plasmar su huella en la pared. Al contrario, plantaban su mano en las paredes de la cueva y luego, a través de un aerógrafo, pintaban el contorno, quedando en la pared la silueta de la mano dentro de un espacio coloreado, o lo que es lo mismo, pintaban las manos en negativo.

La mano es una de las figuras más antiguas dentro del arte universal, y aparece en representaciones de distintas épocas y de lugares dispares, desde Indonesia a Altamira. Lo original de Cueva de las Manos es el número de veces que aparecen representadas. Hasta un total de 852 manos recorren las paredes de la galería, creando un decorado único e incomparable. Entre las representaciones hay manos de adultos y de niños, de hombres y de mujeres, lo que demostraría que la actividad artística no estaba restringida a un grupo concreto de la sociedad.

Teniendo en cuenta este alto número de manos en un espacio no demasiado grande, está claro que la Cueva de las Manos no podía llevar otro nombre.


Canadá: balleneros vascos en Terra Nova

En el siglo XVI, mientras la corona española centraba sus esfuerzos en la conquista de América, y los Cortés y Pizarro se hacían un nombre en el Nuevo Mundo, otros personajes anónimos desembarcaban en el norte del continente con intenciones y objetivos muy diferentes.

La actividad ballenera era bien conocida por los marineros vascos desde la Edad Media, cuando faenaban exitosamente en el Golfo de Vizcaya. La progresiva desaparición de ballenas empujó a estos marinos a explorar nuevos lugares y, de esta forma, acabaron llegando a las costas canadienses.

Las fechas de su llegada a Terra Nova son discutibles, pero hay historiadores que les colocan allí desde comienzos del siglo XV, aunque eso es difícilmente demostrable.

Hasta ahora, la primera evidencia de la presencia vasca en las costas canadienses nos lleva a 1530. Es en ese año cuando los marinos levantaron la primera estación ballenera en Terra Nova, en la actual Red Bay, convirtiéndose en el primer asentamiento europeo en la zona.

Durante el siglo XVI se construyeron una quincena de asentamientos en la región, en la que llegaron a trabajar un millar de personas.

En estas estaciones, los balleneros despedazaban las piezas para extraer aceite, el producto más valioso de la ballena. Cuando lo obtenían, lo empaquetaban y era enviado de vuelta a Europa, donde se utilizaba como combustible para las lámparas.

Los balleneros vascos pasaban en Terra Nova largas temporadas de hasta seis meses de duración. Después, a mediados de enero, ponían rumbo de vuelta a su tierra para evitar las peores heladas.

Los balleneros establecieron contacto con algunas de las comunidades indígenas. De esta forma, mantuvieron lazos comerciales con los nativos innu, con quienes intercambian...