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Breve Historia Socialismo y Comunismo

of: Javier Paniagua Fuentes

Nowtilus - Tombooktu, 2010

ISBN: 9788497637879 , 256 Pages

Format: ePUB

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Price: 7,99 EUR



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Breve Historia Socialismo y Comunismo


 

1

De los precursores de Marx
a la formación del marxismo
teórico y político

Desde una concepción amplia, podríamos fijar los antecedentes del socialismo en el mismo pensamiento humano. La preocupación por mejorar las condiciones sociales se remontan a diversas culturas. Akhenaton, el faraón egipcio, o Confucio, en China, hacen referencia en el siglo XIV a. C. y en los siglos VI y V a. C., respectivamente, a la necesidad de igualdad de todos los seres humanos y a extender la educación entre toda la población. De igual manera, existen testimonios en la Grecia clásica y en la Roma antigua, como la propuesta de la sociedad ideal de Licurgo para la ciudad de Esparta, que Platón cita en sus obras del siglo IV a. C. Durante la Edad Moderna, la rebelión de los campesinos alemanes en el siglo XVI, bajo la dirección del anabaptista Munster, proponía la abolición de la propiedad privada. También durante la época de Oliver Cronwell los llamados levellers, o «niveladores», planearon, una centuria más tarde, una estructura social igualitaria e incluso algunos cultivaron las tierras comunales para distribuir la producción entre todos. De igual manera, podemos encontrar formas de socialismo en las reducciones jesuíticas establecidas entre los guaraníes de Paraguay en el siglo XVIII, con una organización social donde no existía el dinero y la tierra, los edificios y el ganado estaban colectivizados. Asimismo, durante la Edad Moderna se escribieron diversas «utopías», como la de santo Tomás Moro en 1516 o la de La ciudad del sol, de Tomás Campanella, en 1623, en las que se proponía la propiedad comunitaria.

Pero hasta la Revolución Francesa y la Revolución Industrial no surgen propuestas de lo que realmente entendemos como socialismo o comunismo, que irán extendiéndose en los siglos XIX y XX.

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL CAMBIA EL MUNDO

Desde la Baja Edad Media hasta bien entrada la Edad Moderna (entre los años 1300 y 1700) los cambios económicos y sociales en Europa se sucedieron de manera lenta. Las ciudades acogieron los oficios, y las cortes de los reyes, que iban imponiéndose a la nobleza, exigían reflejar ese poder absoluto que las monarquías europeas querían representar, lo que comportaba nuevas construcciones, nuevos objetos decorativos y nuevas maneras de vestir. El lujo se convirtió en un elemento demandado por esos monarcas y nobles que disfrutaban de las rentas de sus tierras y de los tributos que los vasallos o siervos rendían a sus señores. Pero el sistema feudal en que se basaba el Antiguo Régimen empezó a ser cuestionado cuando aparecieron nuevas maneras de producción, al tiempo que se creaban inventos que mejoraban las formas de labranza. A principios del siglo XVIII, un campesino labraba 0,4 hectáreas por día con un arado tradicional uncido a un buey, pero a finales del mismo siglo el arado se había perfeccionado y se utilizaba el caballo, lo que permitía labrar el doble en un día. Trabajar la tierra se hizo rentable con unos costes de producción menores y un considerable aumento de la productividad en las tierras cultivadas. Los productos podían venderse a precio más bajo y los propietarios veían incrementarse sus beneficios. Con la introducción de nuevas técnicas se producía, al mismo tiempo, la concentración de la propiedad y el abandono del sistema comunal de cultivos.

En Gran Bretaña, el Parlamento dictó normas sobre la concentración de la propiedad y estableció los cercamientos (enclosures). La aristocracia y los campesinos más afortunados se hicieron propietarios de grandes explotaciones, mientras los más pobres tuvieron que abandonar sus hogares, trasladarse a las ciudades y emplearse como mano de obra barata en talleres y en las nuevas fábricas que cambiaron las formas de producción. En ellas empezó una nueva forma de trabajo que, dado que subsistieron los trabajadores autónomos de los oficios, no sería hegemónica hasta el siglo xx. Las máquinas, movidas por el vapor, concentraban en un mismo espacio a los obreros que realizaban partes diferentes de un producto, no como los artesanos que eran responsables de todo el proceso desde el principio al final. La división del trabajo alteró, poco a poco, las formas de producción al tiempo que el feudalismo entraba en decadencia: los trabajadores ya no estaban obligados a permanecer en la tierra en que habían nacido y trabajar, o proporcionar una parte de su cosecha al propietario aristócrata o eclesiástico.

Muchos artesanos y trabajadores que combinaban las faenas del campo con la elaboración en sus casas de materiales que recibían de los comerciantes vieron cómo su trabajo disminuía, y manifestaron su protesta con la destrucción de las máquinas. Esta forma de violencia se conoce con el nombre de «movimiento ludita», en referencia a la figura mítica del británico Ned Ludd, cuya fama se extendió por los actos de destrucción de los nuevos inventos. En España, la primera acción ludita tuvo lugar en Alcoy, en 1821, cuando más de 1000 trabajadores de esa comarca valenciana que trabajaban en sus domicilios para la industria textil —elaborando con la materia prima que les proporcionaba un comerciante un producto, o parte del mismo— destrozaron las máquinas que algunas empresas habían introducido.

A partir de entonces, de esas primeras décadas del siglo XIX, se trabajaría por un salario que, aunque dependería de la oferta y la demanda, generalmente estaba en el límite de la subsistencia, lo que condicionaba unas formas de vida duras, sin regulación de los horarios de trabajo que sobrepasaban las catorce horas diarias, y sin ningún derecho si los trabajadores se enfermaban o si llegaban a una edad en que ya no podían soportar la dureza de la jornada laboral y las condiciones laborales. Los lugares de trabajo no tenían la ventilación adecuada ni una iluminación propicia. Muchas mujeres y niños que habían perdido a sus maridos y padres tenían también que emplearse para poder alimentarse. El escritor británico Charles Dickens reflejó en muchas de sus novelas las miserables vidas de los obreros industriales. La segunda novela de Dickens, Oliver Twist (1839) es uno de los testimonios más significativos, o La isla de Jacob, donde una prostituta es humanizada como víctima de los cambios sociales, mujeres que eran tachadas de «desafortunadas», inmorales víctimas inherentes a la economía del capitalismo. La casa desolada y La pequeña Dorrit expresaron duras críticas hacia el comportamiento de las instituciones y la moral hipócrita de la época de la reina Victoria, la llamada «era victoriana».

Surgieron instituciones que trataron de paliar estas paupérrimas condiciones de vida, como las casas de beneficencia. En Gran Bretaña se crearon los talleres de trabajo, las workhouses, donde se internaba a indigentes o niños huérfanos a los que se obligaba a trabajar con un régimen disciplinario estricto. En Francia, la Revolución (1789-1815) abolió los derechos feudales sobre las tierras y su propiedad pasó a los campesinos que las labraban, y lo mismo ocurrió en España con la desa mortización de las tierras de la Iglesia. A medida que se desarrollaba la industrialización y los problemas que creaba, la «cuestión social» se convirtió en tema tratado por escritores, ensayistas, economistas, religiosos, filántropos, legisladores y gobernantes, y adquirirá matices interpretativos distintos según autores y épocas.

La dialéctica entre la libertad individual y la lucha por conquistar, mediante la asociación, mejoras en las condiciones de vida o cambiar radicalmente el sistema capitalista fue el eje sobre el que giró la dinámica de los combates sociales de aquellos que vivían en los límites de la subsistencia. Ya en la Francia revolucionaria estalló, en 1796, la «Revolución de los Iguales». Se trataba de una insurrección protagonizada por los seguidores de François Noël Babeuf para derrocar al Directorio e implantar un gobierno revolucionario. Babeuf fue el primero en exponer un programa revolucionario en su Manifiesto de los iguales, publicado en noviembre de 1795, que suponía una concepción radical de las relaciones económicas donde el comunismo distributivo y de consumo se convertía no en una utopía sino en una propuesta ideológica. Intentó construir una sociedad donde no existiera la propiedad privada y se estableciera la comunidad de bienes y de consumo, pero nunca abordó cómo se realizaría la producción. Insistió mucho en la colectivización de la tierra y por ello su comunismo tiene connotaciones agraristas. Representó un salto cualitativo en las manifestaciones y reivindicaciones de los sans-culottes, los artesanos,...