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Final de novela en Patagonia

of: Mempo Giardinelli

Ecos Travel Books, 2013

ISBN: 9788415563600 , 207 Pages

Format: ePUB

Copy protection: DRM

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Price: 8,99 EUR



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Final de novela en Patagonia


 

1


Dos veteranos en un coche rojo




La soleada mañana en que partimos parecíamos dos chicos haciéndonos la rabona, que es como se llama en la Argentina al faltazo a la escuela. Fuimos a mirar el inmenso río una vez más, y el caudal impresionante del Paraná –como siempre me sucede– logró sosegar la ansiedad casi infantil que me ganaba. Fernando me miró con sus ojos de poeta encendidos y me dijo, en voz muy baja y con su inconfundible acento madrileño: «Mucha suerte, hermanito». En ese momento un biguá1 se hundió en el agua para cazar un pez, pasó una lancha con pescadores felices que regresaban de una noche en vela, y yo estuve seguro de que el viaje que íbamos a emprender valdría la pena.

Fernando y yo tenemos hijos ya grandes, y ambos estamos en edad de ser abuelos. Canosos y con más arrugas de las que nos gustarían, en ese momento éramos dos cincuentones felices de la vida porque marchábamos a una aventura que habíamos soñado todas nuestras vidas. Estábamos a más de 4.000 kilómetros de distancia del fin del mundo –nuestro objetivo– y nos lanzábamos a semejante viaje en un coche pequeño, de ciudad, el que yo uso todos los días.

Habíamos preparado esta aventura durante todo 1999 y, naturalmente, nos parecía encantador y simbólico el hecho de concretarla en el inicio mismo del año 2000. Fernando enseña en la Universidad de Virginia, en Estados Unidos, y quería aprovechar un período sabático de clases. Yo necesitaba despegarme de lo cotidiano para concentrarme en la novela que venía trabajando y que tenía completamente atascada, como un hueso en la garganta. Me daba vueltas en la cabeza y la verdad es que me estaba complicando la vida mucho más de lo aconsejable. Algo me decía que la Patagonia me reservaba la resolución de ese texto que yo buscaba desde hacía mucho tiempo, e incluso cuando salimos tenía en mente algunos títulos tentativos: Cuaderno provisorio de la Patagonia; De este lado del cielo e incluso Patagonia Blues. Cualquiera de ellos me parecía con posibilidades y eso, para mí, siempre es importante: todo texto que trabajo debe traer consigo, desde el inicio, algún título probable. Aunque solo sea para acompañarme durante la escritura. Claro que en este caso primero debía hacer el viaje. Y por supuesto, no estaba nada seguro de que ello resolvería mi problema narrativo.

Durante todo el año planeamos el viaje, a través del correo electrónico, y decidimos que entre treinta y cuarenta días serían suficientes para nuestro propósito. Teníamos, además, una fuerte limitación económica y por eso nos fijamos una cantidad de dinero como el coste tope que podíamos afrontar: hicimos un fondo común de 2.000 pesos, o dólares, cada uno, y establecimos que si ese dinero no nos alcanzaba nuestro viaje no tenía sentido. Con una camioneta 4x4, mucho dinero y tiempo de sobra, cualquiera puede recorrer la Patagonia.

De modo que nosotros lo mejor que llevábamos era nuestra decisión. No era que nos lanzáramos a semejante viaje improvisadamente, pero tampoco habíamos querido preparamos en exceso. No teníamos una ruta prefijada ni habíamos tejido demasiados contactos. Teníamos algunos amigos con quienes contar en una emergencia, pero no queríamos que nuestro viaje fuera un típico y previsible recorrido turístico. La Patagonia nos parecía tan fascinante y misteriosa que preferíamos no estar preparados para lo que nos ofreciera. Lo excitante era precisamente no saberlo todo. Como cuando uno se va a encontrar con la mujer largamente deseada no son los planes previos los que garantizaran la fascinación del encuentro. Al contrario, habrá que improvisar y la magia del momento estará basada en la sorpresa y lo impensado.

Durante los últimos cinco años yo habla soñado intensamente con hacer este viaje al Sur del Sur de nuestra América. Esa región de la Argentina que para nosotros es como un final que no se quiere ver, una especie de caída del país en el mero fin del mundo. Un territorio y un límite que está en nuestra misma geografía, pero que nos resistimos a reconocer. Creo que a nuestros hermanos chilenos les sucede algo parecido, si bien ellos han tenido, históricamente, una relación más íntima con su delgada porción de Patagonia. Quizá porque del lado del Pacífico los Andes reciben buenas lluvias, quizá porque la estrechez territorial entre la montaña y el mar les ha permitido una mirada menos dispersa sobre el mundo. Pero nosotros no, la Patagonia argentina es una inmensidad vacía, un desalojo universal lleno de misterio. Más allá de toda metáfora la Argentina y Chile son dos países cuyos sures representan, ciertamente, el verdadero finisterre de la cartografía americana y mundial.

Pero además el Sur es para nosotros mucho más que un vacío ancestral. La Pampa y el Desierto (que es como se llamaba antiguamente a la Patagonia) son nuestra tierra literaria por antonomasia. Así como el poema La Araucana de Alonso de Ercilla es fundacional de la literatura chilena, a nosotros, los argentinos, el mandato nos viene desde el poema La Argentina de Martín del Barco Centenera (1535-1605) y sobre todo desde el poema La cautiva de Esteban Echeverría (1805-1851), que junto con su cuento El matadero son textos fundacionales de nuestra literatura. Y por supuesto también nos lo impone el Martín Fierro, la saga poética de José Hernández (1834-1886) que se constituyó velozmente en nuestro poema nacional, lo cual para mí es un asunto que debería discutirse mucho todavía, porque no estoy seguro de que hoy, en el año 2000, el Martín Fierro sea emblemático de lo mejor de nosotros sino, quizá, anticipo involuntario de mucho de lo peor.

Claro que yo advertía que se me cruzaban otros textos, algunos filmes, los infaltables lugares comunes patagónicos. Yo había leído algunos textos clásicos de la región, como el de Bruce Chatwin (En Patagonia, de 1975); también conocía las Aguafuertes patagónicas de Roberto Arlt (publicadas en enero de 1934 en el diario El Mundo de Buenos Aires) y más recientemente me había impactado La Ruta Argentina, estupenda compilación de textos de los siglos XVIII y XIX realizada por Christian Kupchik a mediados de 1999. Me había maravillado con algunos de los textos que él antologa allí, como el de Charles Darwin sobre su viaje por la boca del Río Negro. Por supuesto, también guardo para siempre la viva impresión que me causó hace muchos años la lectura de El origen de las especies, un libro que, aunque no se refiere específicamente a la Patagonia, la contiene y la alude. También es inevitable mencionar un libro fundamental, quizá el que más contribuyó a instalar en la conciencia de los argentinos a la Patagonia como un problema nacional: La Patagonia rebelde, de Osvaldo Bayer, luego llevado al cine en 1974 en una extraordinaria versión filmada por Héctor Olivera.

En fin, yo tenía que escapar de todo aquello, de igual modo que tenía que huir de textos como Patagonia Express de mi entrañable amigo Luis Sepúlveda e incluso de Periplo, el primer libro escrito por mi maestro Juan Filloy a finales de los años 1920, y que es una clase magistral de libro de viajes.

No quiero excederme ahora en divagaciones literarias o cinematográficas, pero debo decir que aquella mañana de comienzos de febrero de 2000, cuando salimos de mi casa en Paso de la Patria, Corrientes, y cruzamos el largo puente sobre el Paraná y entramos a Resistencia para resolver algunos asuntos de último momento, yo ya sabía que jamás las dejaría de lado. Para cualquier escritor las influencias son insoslayables, pero en estos tiempos hay que estar más alerta que nunca: frente al vulgar plagio que vemos todos los días, muchas veces disfrazado de «homenaje» o de «intertextualidad» cuando no es repetición textual que niega el crédito al original, se impone el desafío de reinventar lo conocido pero desde la creación de nuevas originalidades.

Resistencia es la capital de la provincia del Chaco, en el Nordeste de la Argentina, y a Fernando y a mí nos atraía mucho la idea -¿simbólica?- de cruzar el país verticalmente, como recorriendo un meridiano desde la frontera misma con la República del Paraguay hasta el extremo sur del continente. Esos 4.000 kilómetros hasta Río Gallegos, capital de la provincia de Santa Cruz, eran en sí mismos una aventura. Cualquiera puede observar en los mapas que la Argentina tiene una forma más o menos triangular, como un isósceles con el vértice abajo y el lado más corto arriba. Se puede decir que es un país con dos nortes y un único sur. El Chaco está en el ángulo nordeste y Santa Cruz es el vértice Sur. Pero para nosotros Río Gallegos iba a ser, en cierto modo, sólo el inicio de la travesía: desde allí pensábamos cruzar transversal mente esa provincia para llegar hasta los glaciares precordilleranos, desde donde volveríamos hacia el norte bordeando los Andes por la mítica ruta 40, ese camino de ripio y piedras que según todos los mapas carreteros y varios informantes que consultamos suele ser intransitable durante buena parte del año por razones climáticas. El camino más difícil de la Argentina, sin dudas, el verdadero cruce del Desierto.

Nosotros estábamos seguros de que queríamos hacerlo, y lo íbamos a hacer. Por eso no creo que haya sido casual que la noche antes de partir yo soñara nuevamente uno de mis sueños recurrentes.



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