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Espías de Franco: Josep Pla y Francesc Cambó - La red de espionaje contra la revolución en Cataluña

of: Josep Guixà

Fórcola Ediciones, S.L., 2016

ISBN: 9788416247387 , 325 Pages

Format: ePUB

Copy protection: DRM

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Price: 9,99 EUR



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Espías de Franco: Josep Pla y Francesc Cambó - La red de espionaje contra la revolución en Cataluña


 

prólogo


Aquellos (y estos) tiempos convulsos

Manuel Trallero

«Vivir la historia es más difícil que leerla o escribirla. A veces es algo terrible, algo indescriptiblemente cruel y doloroso. La historia que transcurre delante de los ojos de uno suele ser desagradable e indecente».

Josep Pla1

I

No deja de ser sorprendente que todavía hoy en día la figura de Josep Pla, y en menor medida la de Francesc Cambó, sea motivo de debate, cuando no de abierta confrontación. Es como si su espíritu no pudiera descansar nunca en paz, condenado a vagar toda la eternidad entre críticas y debates en espera del merecido reposo. Su figura sigue siendo empleada como arma arrojadiza de los unos contra los otros, yendo y viniendo según la perniciosa ley del péndulo. Posiblemente algo parecido suceda en casi todos los rincones de este planeta, pero en Cataluña, y a propósito de Pla, continuamos asistiendo impertérritos a una interminable «caza de brujas», cuyo último auto sacramental ha sido la publicación en 2013 de las actas de un congreso celebrado en Londres en el año 2008 sobre La cara oscura de la cultura catalana2. Un título revelador, que remite implícitamente a algo sucio y maloliente, tenebroso y perverso.

Sobre este cónclave volveremos de forma recurrente, pero baste ahora señalar el escándalo que provocaron en las mentes biempensantes de los allí congregados, las palabras del estudioso Xavier Pla, titular de la Càtedra Josep Pla de la Universitat de Girona e historiador de confianza de la fundación del escritor («[C]uando dije que quería hacer la tesis sobre Pla en el departamento de la universidad me dijeron: “¿Sobre ese fascista?”. Era el año 1987»3. Tuvo que irse a Francia a presentarla), quien tendrá el atrevimiento de absolverlo del fuego eterno, víctima de un ataque de optimismo irredento:

Hoy, las nuevas generaciones de lectores catalanes ya no están formadas bajo la influencia de la rémora de la guerra civil española y saben que no se puede continuar analizando este hecho histórico desde posiciones maniqueas. También saben que cualquier reflexión sobre las diversas posiciones de los intelectuales durante la guerra no debe personalizarse, sino situarse en el marco de una crisis social y política sin precedentes en la que ninguno de ellos salió indemne4.

A los guardianes de la ortodoxia semejante ocurrencia les provocó cuando menos sorpresa, porque la verdad establecida era una y sólo una, y es que, más allá de disquisiciones ideológicas, en 1936 uno debía estar «del único lado en que podía estar un escritor catalán»5. No caben muchas conjeturas.

Una prueba inequívoca del error hierático, a la vez que una muestra palmaria del supuesto rigor científico del congreso londinense, es una de las ponencias sobre el catalanismo franquista y Josep Pla6. La principal prueba de cargo contra el escritor ampurdanés sería su panegírico de José María de Porcioles, quien fuera alcalde de Barcelona durante la dictadura franquista, y a quien dedicó uno de sus retratos literarios de la serie conocida como «Homenots». Lo realmente extraordinario del caso es que políticos tan franquistas como puedan serlo el mismo Jordi Pujol —«[Porcioles] era un hombre de visión, de ambición, de ilusión. Él volvió a poner en marcha la ciudad»— o los primeros alcaldes democráticos Narcís Serra —«Las ideas de Porcioles se orientan en la buena dirección» y Pasqual Maragall «con la perspectiva actual podemos decir que Porcioles puso las bases de la Barcelona futura»7 no tuvieron empacho en loar sin recato su actuación como alcalde, deshaciéndose en elogios sobre él en un programa de la televisión pública catalana, «la Nostra», según reza el autobombo promocional, lo que provocó una auténtica conmoción entre quienes habíamos vivido en la Ciudad Condal bajo su mandato desolador. Hasta tal punto llegó el hedor de incienso derramado que un dirigente de la federación de asociaciones de vecinos de Barcelona tuvo que advertir: «No pediremos perdón por haber luchado contra la Barcelona de Porcioles»8.

Pero aún restaba la definitiva prueba del algodón, consistente en que otro catalán franquista, Juan Antonio Samaranch, en el año 1975 —todavía en vida de Franco, quien fallecería en noviembre de aquel año— concedió a Pla una condecoración de la Diputación barcelonesa alegando: «[S]u regionalismo y su crítica del régimen se desvanecían de golpe ante los elogios de las autoridades políticas que todavía podían influir sobre la buena marcha de sus publicaciones y por tanto de sus ingresos»9. Una información que sólo puede sustentarse en la simple ignorancia y el mero desconocimiento de que Pla era, por aquel entonces, un verdadero superventas y sus libros auténticos best sellers, sin parangón posible con el resto de obras publicadas en catalán.

Josep Pla ha sido, y todavía continúa siendo, la verdadera bestia negra del nacionalismo catalán, con el meritorio y exótico empeño de última hora de hacer de él un irredento independentista, convirtiéndole en «nuestro héroe»10, mientras que para los catalanes españolistas es santo de su veneración y devoción por su carácter pragmático y su bilingüismo. A él se le negó en vida toda gloria nacionalista, evitándose por todos los medios que recayese sobre él el inconmensurable Premi d’honor de les lletres catalanes, instituido por la benemérita fundación Òmniun Cultural, creada para la defensa y promoción de la lengua catalana por unos cuantos burgueses —algunos de los cuales en la guerra se pasaron a la España de Franco—, y reconvertida en la actualidad en una de las plataformas de las movilizaciones de masas del proceso que vive Cataluña.

En el mejor de los casos se ha aplazado la ejecución de sentencia sine die, esperando el siempre azaroso juicio final, el juicio de la historia. El principal perdonavidas ha sido Jordi Pujol. Revestido de la autoridad de su magisterio, ha podido declarar, con fingida modestia, de otro de los apestados habituales: «De aquí a cien años nadie recordará quién era el presidente de la Generalitat en el año 1980, pero en cambio todo el mundo sabrá que había un gran artista que se llamaba Dalí». La condición de pregonado estadista incluye, por lo visto, las dotes proféticas. Pujol comete la falta de pasar el balón hacia delante, lo que en rugbi, su deporte favorito, se conoce como un avant. Hoy en día, por ejemplo, nadie recuerda al pintor Josep Maria Sert, quien fue en los años dorados de la Belle Époque uno de los artistas más conocidos, valorados y ricos del mundo, y cuya memoria prácticamente se ha desvanecido. Por ello resulta de gran interés saber que para Pujol «lo que cuenta es lo que queda. Y lo que queda son los escritos de Pla»11. En la actualidad las ventas de sus obras son irrisorias. Por lo demás, la suerte es dispar. Así, bien distinto es el juicio que merece a las gentes el poeta y dramaturgo Josep Maria de Sagarra, a quien el propio Tarradellas, en nombre de la Generalitat, le paga en plena Guerra Civil su banquete de bodas en París, al mismo tiempo que aquél sablea a Cambó de forma inmisericorde.

Colgado en la red hay un gotha, un auténtico índice inquisitorial, en donde se efectúa una clasificación casi entomológica, y su posterior disección, de los intelectuales y artistas catalanes antes y después de 1939. Se titula «Actitudes de la intelectualidad catalana ante la guerra y la postguerra hispanofascistas» y está dividido en dos partes bien diferenciadas. La primera está dedicada a «La Guerra NacionalRevolucionaria (o Guerra de Ocupació 19361939)» y la segunda a «La postguerra hispanofascista (hasta los inicios de los años cincuenta)»12. No tiene desperdicio alguno. Así, Josep Pla estaría por derecho propio en la categoría de los «traidores», encuadrado en la subespecie «Traidores de Burgos y otros traidores de primera hora» y en el grupo específico «Órbita de la Lliga (equipos de Cambó)», junto con otros distinguidos acompañantes como Joan Estelrich, «Gaziel», Manuel Brunet o Joaquim Maria de Nadal. Otras amistades peligrosas de Pla, como su compañero de correrías Carles Sentís, o su editor en la posguerra, Josep Vergés, serían igual de traidores, pero de la «órbita de la Falange». En cambio, Josep Maria de Sagarra, de interminable luna de miel por la Polinesia durante la guerra, pertenecería por derecho propio al grupo calificado de «Autoexiliados neutralistas».

En una segunda etapa, post1939, el taxidermista no se amedrenta y, así, Pla prosigue incluido entre los traidores de la subespecie «Botiflers» (denominación despectiva de aquellos catalanes que colaboraron en 1714 con las tropas borbónicas de Felipe V), definidos como: «Intelectuales catalanes que en 1939 son parte integrante de las fuerzas de ocupación y de los mecanismos del régimen franquista». Son la suma del sector botiflers de preguerra, de gran parte de los «catalanes de Burgos» y otros traidores de primera hora, y de parte del sector «emboscados». Mientras tanto, Josep Maria de Sagarra se mantiene en el beatífico estado de los «contemporizadores», definidos en...