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Breve historia de los godos

Breve historia de los godos

of: Fermín Miranda-García

Nowtilus - Tombooktu, 2015

ISBN: 9788499677385 , 288 Pages

Format: ePUB

Copy protection: DRM

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Price: 7,99 EUR



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Breve historia de los godos


 

1

La niebla de los orígenes.
Entre el mito y la leyenda


UN DEBATE IRRESUELTO


Todavía hoy, el título oficial del monarca sueco es el de «rey de Suecia, de los godos y de los vendos». Recoge así la prolongada tradición historiográfica de que el origen último de los godos se encuentra en tierras escandinavas, las situadas al sur de la actual Suecia, en la región denominada, en su honor, Götaland.

Sin embargo, nada en las fuentes, en las escasísimas fuentes con que contamos, demuestra la certeza de semejante aserto. Todo se apoya en una lectura más que discutible del historiador y burócrata romano de la época de Justiniano («bizantino» diríamos hoy inapropiadamente) Jordanes, él mismo de origen bárbaro (¿alano? ¿godo incluso?) que escribió su De origine actibusque Getarum (Sobre el origen y las acciones de los Getas), más conocido como Getica, que a su vez inspirará las palabras de los cronistas posteriores, como Isidoro de Sevilla en su Historia de los Godos. Más allá de la inadecuada identificación entre getas y godos, lo que interesa en este momento es que el autor sitúa el origen último de sus protagonistas en una isla del Báltico que llama Scandza («En este océano del norte esta situada una gran isla llamada Scandza»), a la que los historiadores modernos, sobre todo a partir del siglo XIX, identificaron con la península escandinava.

Por el contrario, las nuevas interpretaciones del texto de Jordanes, de los geógrafos antiguos (Ptolomeo, Pomponio Mela) en los que se inspira y que hablan con mayor o menor acierto de esta zona, y de quienes siguieron a uno y otros apuntan, apoyadas sobre todo en bases filológicas, a que las referencias al mar y a Scandza sugieren más probablemente que debemos situarnos lato sensu en las comarcas de la desembocadura del Vístula, el entorno del golfo de Gdansk (Dánzig en la tradición española que sigue al nombre alemán) y las costas sudorientales del Báltico, donde autores como el propio Jordanes sitúan Codanus sinus, el golfo Codano (¿Godo?). Allí llevarían instalados, por lo que parecen apuntar los escasos restos arqueológicos, básicamente necrópolis, y las huellas dejadas en las lenguas actuales, al menos desde el segundo milenio a. C.

Aunque ese planteamiento parece abrirse camino paulatinamente, no faltan quienes insisten en que el asentamiento en la región del bajo Vístula sólo se habría producido tras una migración en torno al siglo I d. C. desde el ámbito escandinavo –la región de Götaland y la isla de Gotland–, y que entre esas mismas huellas de la
arqueología (túmulos, runas) aún puede rastrearse esa procedencia.

Mapa del siglo XV con la descripción de Ptolomeo sobre el mundo báltico.

Sobre esa base de la discusión, se genera todavía un nuevo interrogante, de mayor relieve si cabe, relacionado con el carácter germano de los godos, que, de negarse su origen escandinavo último, podrían situarse al margen, si bien en la periferia, de las tierras habitualmente relacionadas con ese conjunto de naciones, es decir, la propia Germania y ese mundo escandinavo. Aunque Tácito ya señalaba a finales del siglo I que no todos esos pueblos eran propiamente germanos, y que el nombre se había extendido por la costumbre y la comodidad que suponía. La posible vinculación del primitivo idioma godo con las lenguas bálticas (letón, lituano, prusiano antiguos) en lugar de con las más propiamente germánicas, y el distante parentesco de unas y otras, más allá de su pertenencia a la gran familia indoeuropea, pondría en cuestión las afiliaciones tradicionales, que por otro lado se extienden a más grupos, aunque no quepa duda de numerosos rasgos comunes a unos y otros, provocados por los mismos estilos de vida o por contactos duraderos y raíces comunes, por muy lejanas que pudieran resultar. La evolución de estos caracteres culturales y sociales, la contaminación e influencias que pudieron sufrir en sus desplazamientos por Europa, el enmascaramiento incluso que su intensa y temprana romanización supone para situar sus caracteres originales, se encuentran sobre la mesa de las reflexiones. Se trata, como tantas otras, de una cuestión sin resolver.

A todo ello debe añadirse igualmente otra vieja e inacabable discusión: lo adecuado o no de referirse a todos estos pueblos que, a la postre, acabaron por ocupar –o intentarlo– espacios dentro del ámbito del imperio romano, como bárbaros en lugar del más limitado, pero también empleado, de germanos. Sin cerrar el debate sobre el intenso, matizado o nulo germanismo de los godos, el empleo en apariencia más aprehensivo de «bárbaro» en el sentido estricto del latín barbarus –heredero a su vez del griego βάρβαρος, «extranjero», parece el más correcto, y así ha sido recuperado por ciertas corrientes historiográficas, por cuanto varias de esas «naciones» (alanos, hunos, taifales, entre otros) no sólo no estaban culturalmente próximas sino que incluso se situaban completamente ajenas al ya de por sí complejo mundo germano.

Con todo, no parece que deba olvidarse que el sentido de superioridad cultural que los intelectuales romanos –como antes los griegos– transmitían en sus apreciaciones sobre los pueblos ajenos a la koiné mediterránea greco-latina tiñe al término de una cierta conciencia transmitida a lo largo del tiempo de incultura e inferioridad que suscitaba entonces y provoca ahora imágenes nada neutras. De hecho, los propios pueblos «bárbaros», con independencia de su posible orgullo de raza y costumbres, se esforzaron en diluir esa imagen que se les atribuía cuando su contacto con los teóricamente más cultos y desarrollados romanos alcanzó cierta intensidad.

TÁCITO, LOS GERMANOS Y LOS GODOS


No puede desdeñarse que esa misma actitud de superioridad influyera en la escasa atención que los autores romanos dedicaban a los pueblos situados al otro lado del amplio limes renano-danubiano, salvo excepciones bien conocidas como la del mismo Tácito, autor, en el entorno del año 100 d. C, de una breve obra, conocida como Germania (De origine et situ Germanorum), más preocupada por buscar precisamente en el supuesto primitivismo de estos pueblos referentes morales con los que argumentar contra los vicios adquiridos por sus compatriotas que en dar a conocer sus caracteres reales. Respecto de los godos (gotones), da por supuesto su carácter germano, pero no sitúa su posición geográfica más allá de poder relacionarlos de modo indirecto con las costas del Báltico («el Océano») por su proximidad a otros grupos como los ligios, los rugios y los lemovios. De modo específico, apenas señala otra cosa que la de atribuirles un régimen de mayor sujeción interna a sus reyes que el de otros pueblos aunque, dice, sin suprimir su libertad; en un terreno más práctico indica que, al igual que otros pueblos, cuentan con escudos redondos y espadas cortas. De hecho, la compleja y difícilmente inteligible densidad de naciones que se movían en esas regiones bálticas, de las que habrían salido otros muchos pueblos además de los godos, llevaría a Jordanes a definirlas, en una expresión que se ha hecho célebre en la historiografía, como «vagina nationum».

Por lo demás, Tácito consideraba que los godos compartían una serie de caracteres generales a todos los germanos, que glosa en las primeras páginas de la obra. Hasta qué punto lo eran realmente o sólo atribuibles, en mayor o menor medida, a los que probablemente conoció más directamente, los más cercanos al Imperio, no puede establecerse. Aparte de diversas leyendas de dioses y héroes que pone en relación con personajes de la mitología y la literatura clásicas, como Mercurio, Hércules o Ulises, sostiene su pureza de raza, sin mestizajes, sobre todo porque considera que las tierras que ocupaban resultaban de nulo atractivo para otras naciones. La constitución física, con cabellos rubios, ojos azules, de elevada estatura pero incapaces de realizar esfuerzos prolongados o de resistir el calor y la sed, sería una condición común a todos los germanos, pero también singular de ellos. Habitantes de bosques y zonas pantanosas en cabañas dispersas y pequeñas aldeas; amigos de auspicios y oráculos y adoradores de deidades propias como Tuistón y Manno, y ajenas como Mercurio, Marte, Júpiter o Isis (identificables con referencias conocidas del mundo germánico como Wodan/Odín, Tiu, Thor o Nertho); vestidos pobremente y faltos de metales preciosos o de hierro para sus armas, pequeñas y delgadas, por su incapacidad para buscar minerales; poseedores de caballos torpes y de estampa mediocre; estarían sin embargo organizados social y políticamente para la guerra, con reyes elegidos entre los nobles y destinados a encabezar el combate, pero que no mantenían una autoridad absoluta sobre sus gobernados ni sobre las asambleas, donde se votaba mediante el agitar de sus frameas, una suerte de arma a medio camino entre la pica y la espada.

La Germania de Tácito reinterpretada en el Gran Atlas de Johannes Blaeu Siglo XVII.

Pero, destaca Tácito, su valentía inigualable se manifiesta en que luchan codo con codo con sus familiares y parientes, mientras sus mujeres e hijos, a los que defienden hasta la muerte, les animan y atienden; es...