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En el país del arte. Tres meses en Italia

En el país del arte. Tres meses en Italia

of: Vicente Blasco Ibáñez

Ediciones Evohé, 2014

ISBN: 9788415415046 , 547 Pages

Format: ePUB

Copy protection: DRM

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Price: 3,49 EUR



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En el país del arte. Tres meses en Italia


 

PRÓLOGO

Rosa María Rodríguez Magda

Este no es un libro de viajes escrito por un novelista, pero es un libro de viajes escrito por un novelista. Y aunque parezca un acertijo lógico, comprender en qué sentido lo es y no lo es nos dará la clave del texto. No nos encontramos ante el ocio de un literato que se dispone a hacer una peregrinación estetizante al estilo de Goethe o Stendhal; no obstante, es un recorrido de ciudades emblemáticas, y su autor impregna las páginas de reconstrucciones narrativas y descripciones brillantes, como solo puede hacerlo quien ejerce su oficio con soltura. Blasco, además, se enfrenta a este deambular inesperado desde la tensión vivencial y política que envuelve sus afanes en esos momentos, por lo que mira, observa y relata a partir de sus inquietudes sociales. En este sentido, la coyuntura personal es semejante a la que en 1890 le lleva a París. El 3 de julio de ese año, Blasco promueve una manifestación contra el ascenso de Cánovas del Castillo al poder. Prevenido de que la policía le busca, se esconde en una barraca de la playa de Nazaret, y después huye en una barca de contrabando hasta Argel, donde zarpa de nuevo para Marsella y de ahí llega a París. Durante su estancia envía sus crónicas a El Correo de Valencia (publicadas desde el 10 de agosto de 1890 al 15 de julio de 1891), y escribe la Historia de la Revolución española en el siglo XIX y dos tomos de La araña negra. Más sosegado es el interés que le empuja a un segundo destino, del que realizará una crónica viajera. El 9 de mayo de 1895 parte hacia Argel con el fin de documentarse para su novela Flor de mayo.

El siguiente periplo será el que da lugar a En el país del arte, verdadera consolidación de su narrativa viajera, que continuará durante toda su vida. En 1907 su recorrido por el centro de Europa y Turquía se concretará en el libro Oriente. Aun cuando su aventura argentina, como colonizador y fundador de las ciudades de Cervantes y Nueva Valencia, iniciada en 1909, no genera un libro descriptivo, sí plasmará, en novelas como Los argonautas, buena parte de lo que allí conoció. Igualmente, en El militarismo mejicano, el viajero y el literato dejarán paso al analista político. Donde sí podemos encontrar su culminación como narrador en el género que nos ocupa es en su obra La vuelta al mundo de un novelista. Durante seis meses, desde Nueva York, pasando por La Habana, llegará hasta Extremo Oriente: Manila, Hong-Kong, China, Japón… Preparando su proyecto declara: «Solo voy a viajar como novelista, no pienso escribir estudios políticos ni económicos sobre los países por donde pase (…). Yo voy a ser uno de los contadísimos escritores españoles que (…) no haré más que imitar lo que realizan todos los años buen número de autores ingleses y americanos (… ) aficionados a la literatura». He aquí la diferencia que pretendía señalar al comienzo de estas páginas.

Pero vayamos ya al texto que comentamos.

En los primeros días de marzo de 1886, el apoyo de EEUU a los cubanos que buscan independizarse de España resulta ya evidente. Un grupo de notables, entre los que figura Blasco, dirigen al gobernador un escrito solicitando celebrar en Valencia una manifestación «en nombre del honor nacional» en repulsa por «los ataques de que ha sido objeto la nación española por parte del senado americano». La autorización es denegada. En vista de ello se piensa en realizar un mitin en la plaza de toros, que tampoco es permitido. No obstante, el día 8 la multitud empieza a acudir a la plaza, la policía carga contra ella, hay disparos y un guardia cae herido. Se declara el estado de guerra. Los firmantes de la solicitud, además de otros manifestantes, son detenidos y llevados a la cárcel de San Gregorio. Blasco Ibáñez logra escapar iniciando una rocambolesca huida. Aprovechando la noche se ha escondido en diversas casas de conocidos. Sale de la ciudad y llega a la cercana población de Almàssera, en la barraca del tío Pere se ocultará diez días. De ahí pasa a los altillos de un despacho de vinos, donde permanece otros cuatro días. Para distraerse escribe un cuento: «Venganza moruna», que será el germen de su posterior novela La barraca. De nuevo, protegido por la oscuridad de la noche, y sorteando la ronda de los carabineros, una pequeña barca lo acerca hasta el vapor Sagunto, que lo recoge fuera ya del puerto de Valencia; «sus oficiales y tripulantes eran todos valencianos y de ideas republicanas», escribirá más tarde. El barco llega a Sète y continúa hasta Génova. El día 1 de abril publicará en el diario El Pueblo el primer artículo de su peregrinaje italiano, crónicas que irán apareciendo hasta el 5 de junio, y que compondrán el presente libro.

Si bien otros escritos ocasionales fueron relegados por el escritor, no ocurre así con estos. El 18 de julio de 1896 se publica el volumen En el país del arte, continuando el éxito que ya obtuvieron sus entregas, y que en su edición de 1923 alcanzaría los 73.000 ejemplares. Ello nos debe hacer reflexionar sobre el valor literario del género periodístico, tantas veces marginado del canon, y de cómo incluso se utiliza para desacreditar al autor que a él se dedica, lo que se ha esgrimido, por ejemplo, contra Francisco Umbral y contra el mismo Ortega, a quien algunos detractores le han escamoteado el título de filósofo tildándolo solo de «periodista». Las columnas pueden ser en sí mismas creaciones literarias, como lo demuestran las colaboraciones de Azorín, y por otro lado, al estar imbricadas en la actualidad, nos informan de las coyunturas sociales desde una especificidad que la teoría literaria no puede menospreciar. En el caso de Blasco, ambos aspectos se fusionan completando de una forma imprescindible el perfil del escritor. Quiero resaltar aquí la excelente labor realizada para la presente edición por Julio Castelló, quien ha cotejado las versiones que a lo largo del tiempo el novelista fue modificando.

Ya el arranque del texto, en su primer capítulo «Camino de Italia», nos sobrecoge con una impresionante descripción del mar, y el trayecto desde el puerto de Sète a Génova, pasando por Cannes, Niza, Mónaco… La Costa Azul que, Blasco aún no lo sabe, acogerá sus días de gloria y sus postrimerías. En virtud de la ficción literaria, el Sagunto se convierte en el vapor francés Les Droits de l’Homme, nombre de un velero que efectivamente vio en el puerto de Sète, y que adquirió para él el simbolismo de su propia lucha vital. Pero el mar no simplemente es un entorno minuciosamente descrito, el Mediterráneo es la raíz de nuestra civilización, y el escritor compendia en apenas una página todo un ideario emocional que lo enlaza con los navegantes fenicios, las birremes griegas, los sangrientos abordajes entre cartagineses y romanos , la Corona de Aragón, Roger de Lauria o el remoto Oriente.

Génova, Milán, Turín, Pisa, Roma, el Vaticano, Nápoles, Pompeya, Asís, Florencia, Venecia. El recorrido no se aleja del de un turista convencional, pero la mirada propia, no ahogada por el talante divulgativo de la obra, le lleva de las descripciones certeras a la recreación histórica, del análisis de las gentes a la soflama republicana, todo ello en una fluida prosa literaria que únicamente en cierta grandilocuencia acusa el paso de los años.

Génova es la ciudad de mármol, sus impresionantes palacios nos hablan de un esplendor pasado, sumido ahora en la decadencia. Una época ridícula que desmerece de la lucha de Garibaldi, «víctima de la estafa moral más extraordinaria de nuestra historia», y aquí el analista político solapa al viajero, quien denuncia la monarquía ingrata: «Si los héroes y los mártires de la independencia italiana hubiesen adivinado el presente, tal vez no se habrían batido con aquel ardor que los igualó a los paladines de la antigüedad». Más adelante, en Roma, volverá a recordar a Garibaldi, y su defensa de la república ante el papado.

Las impresiones que le causa la contemplación de la catedral de Milán nos aportan datos para matizar el tan señalado anticlericalismo de Blasco Ibáñez. La sublimidad de «esos grandes monumentos levantados por la fe» es para él una muestra del error de quienes tildan a la Edad Media de época oscura. En su interior, el agnóstico percibe el hálito de la divinidad. Se siente sobrecogido, retornado a la infancia, y él, crítico contumaz de los privilegios eclesiásticos, no se avergüenza en confesarnos su honda remembranza: «me veía niño, tal como me llevaban en la mañana del domingo, enfundado en las ropas de fiesta, a oír la misa más larga… y creía percibir en la espalda la suave caricia de aquella mano que me hacía doblar las rodillas, la mano de la madre que ¡ay!...