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Tú puedes cambiar el mundo

of: Ervin Laszlo

Nowtilus - Tombooktu, 2010

ISBN: 9788497631600 , 124 Pages

Format: ePUB

Copy protection: DRM

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Price: 5,99 EUR



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Tú puedes cambiar el mundo


 

  PRESENTACIÓN  

«…ahora es mañana.
Que lluevan voces nuevas

en el turbio atardecer».

Miquel Martí i Pol
(en
Crónica de Demá, 1977)      


Voces nuevas. La voz de todos. Todos distintos, todos unidos por unos valores universales. La diversidad infinita, nuestra riqueza. Nuestra fuerza, los principios comunes. Iguales puntos de referencia, como destellos en el firmamento, más necesarios y apremiantes cuanto más oscura es la noche.

Todos, agavillados por invisibles lazos de solidaridad, de alteridad, de amor. Que nadie halle excusas para aplazar su incorporación. Que nadie prefiera esperar cautelosamente «a ver qué pasa». Ha llegado el momento de la gente, después de siglos de exclusión. Y para que el pueblo aparezca, por fin, en el escenario mundial, es preciso que todos acudan a la cita, que todos sean conscientes de su importancia. El Popol Vuh, libro sagrado de los mayas, ya advertía: «que todos se levanten … que nadie quede atrás». No puede haber rezagados, ni temerosos, ni atemorizados. El poder de la gente depende de un nombre: todos. Sin exclusiones.

Recuerdo la deliciosa anécdota de Dominique Lapierre con la Madre Teresa de Calcuta. Cuando comentó lo poco que podría hacer él y su pequeña ONG —«como una gota en el océano»— para resolver los problemas sobre los que estaban hablando, Madre Teresa le dijo: «Es cierto que es como una gota en el océano… pero si esta gota falta, el océano la echaría de menos!». Todos, ladrillo a ladrillo, paso a paso. Si uno falta, se le echará de menos.

Erwin Lazslo lleva muchos años contemplando el mundo en su conjunto, en una permanente actitud de búsqueda. Búsqueda de respuestas —¿quién, qué somos?— y de soluciones. Y se ha dado cuenta de que la respuesta y la solución se halla en cada ser humano, este prodigio, esta desmesura, este misterio: cada ser humano único biológica e intelectualmente en cada instante de su vida. Cada ser humano único, capaz de crear, de ejercer esta facultad distintiva de nuestra especie. Esta facultad, nuestra esperanza. La experiencia acumulada por cada persona es un tesoro que permanece normalmente inédito, como una biblioteca inmensa cuyos textos no fueran consultados, a pesar de la sabiduría que contienen. Sabiduría que trasciende al saber, porque es fruto de la reflexión, del pensamiento sereno. ¡Cuánta sabiduría he encontrado en las palabras y conductas de las mujeres y hombres de recónditos pueblos! Nosotros, rebosantes de saberes. Ellos, de sabiduría. La interacción resultaría enriquecedora para todos.

Cada ser humano es el más perfecto y precioso monumento que debemos salvaguardar, que debemos cuidar con especial atención, porque es frágil y vulnerable. Los monumentos de piedra pueden restaurarse. La vida no. Y cada vida puede, aún sin saberlo, influir en el rumbo de los acontecimientos. Todos debemos ser «conscientes de los demás». En Alma-Ata, escribí en junio de 1984: «Os recordaré todos los días/… vidas acalladas,/… vuestro silencio/a todos nos apremia/… y no es ajeno/ ni lejano vuestro grito1».



Unir todos las voces en un gran clamor mundial. Ahora es posible. Ahora es el momento. Podemos ser oídos y ser escuchados porque, «la voz/a veces/no fue voz/por miedo…/Si hubiera sido/inesperada/intrépida/ … hubiera iluminado/inéditos senderos …/Por haber sido contenida,/ llegó solamente/a las oscuras orillas del presente/2».

Todos infinitamente distintos. Todos juntos, en un destino común. Especialmente en los momentos de grandes turbulencias, cuando todo se halla trastocado, tenemos que actuar según nuestro propio criterio, según nuestras propias reflexiones. No debemos permitir que nos distraigan, que nos conviertan en espectadores pasivos. Somos actores de nuestra trayectoria. Somos autores y nadie puede relegarnos a obedientes y sumisos viandantes que siguen el dictado que emana, con frecuencia, de lejanas instancias de poder.

La educación consiste, precisamente, en adquirir la «soberanía personal», en «dirigir con sentido la propia vida», según la magnífica definición de Francisco Giner de los Ríos. Soberanía personal para hacer en cada momento lo que nuestra conciencia nos indica, para ser «nosotros mismos», ciudadanos que participan, que asienten o disienten, que proponen.

La capacidad de propuesta se halla íntimamente relacionada con el conocimiento en profundidad y una visión global y prospectiva. Sólo conociendo la realidad en toda su complejidad seremos capaces de transformarla. Sólo teniendo presentes, a todos los seres humanos — radicalmente iguales, como establece el artículo 1º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos— tendrán nuestras propuestas sentido y potencia resolutiva. Sólo mirando siempre hacia delante, podremos anticiparnos y evitar aquellos acontecimientos que sean lesivos para la dignidad humana. Saber para prever; prever para prevenir. La prevención es el gran objetivo común de la humanidad para un futuro más luminoso. El pasado ya está escrito. Y, en gran medida, también lo está el presente. El futuro, en cambio, podemos y debemos ofrecerlo como legado incólume a nuestros descendientes. Una gran página en blanco para que sean ellos mismos los que lo escriban a su manera.

Para ello, deben sentirse motivados y no dejarse llevar por la inercia, la indiferencia, la rutina. Para ello, es necesario que no confundan su punto de vista con los que les ofrecen, con intenciones gregarizadoras y sesgadas, los omnímodos y omnipresentes medios de comunicación. «Es de necio confundir valor y precio», sentenció el gran poeta Don Antonio Machado. Esta confusión terrible, esta abyecta abdicación de sus responsabilidades políticas, es lo que han hecho los líderes de los países más prósperos de la tierra cuando, en 1989, al término de la Guerra Fría, en lugar de consolidar el sistema de las Naciones Unidas y ofrecer al mundo un marco ético y jurídico a escala supranacional, decidieron confiar al «mercado» la gobernanza del mundo. Cuando tantos países, recién «liberados», iniciaban su larga marcha hacia la democracia, les dieron la espalda en lugar de facilitar su itinerario. Con el muro de Berlín se hundió un régimen que, basado en la igualdad, olvidó la libertad. Desde entonces asistimos al naufragio del otro régimen que, basado en la libertad, ha olvidado la igualdad. Y, ambos, la fraternidad.

Con palabras de ambiguo significado, como «globalización», han pretendido convencer a la Humanidad de que no existe alternativa a su poder plutocrático. Se ha debilitado el sistema de las Naciones Unidas, usándolo sólo cuando conviene y amordazándolo, y se ha permitido el establecimiento en el espacio internacional de unas colosales corporaciones privadas que actúan con la mayor impunidad. Las asimetrías económicas y sociales se han ampliado en lugar de reducirse, alcanzándose límites tales de frustración, humillación y dependencia, que constituyen caldos de cultivo para actitudes de rencor, animadversión y violencia. Nada justifica la agresividad, pero debemos erradicar sus orígenes, empezando por la miseria extrema en la que mueren cada día más de 50.000 hermanos nuestros. ¿Cómo podremos permanecer inactivos? ¿Cómo podremos conciliar el sueño? Se invierten miles de millones en material bélico, en aventuras espaciales de prestigio… cuando en el planeta Tierra la mitad de sus habitantes se afana en sobrevivir en condiciones adversas, en la insolidaridad y el desamparo.

¡Otro mundo es posible! A construirlo cada día con tu comportamiento, con tu aportación, con tu grano de arena, te invita Ervin Lazslo. Te invita a situarte siempre, aunque te sientas profundamente marginado, al lado de la vida. Al lado de muchos, para hacer del siglo XXI el siglo —¡por fin!— de la gente. Ya nunca más la mano cerrada. Ni la mano alzada. La mano abierta para el abrazo. La mano tendida para la ayuda.

Para, de este modo, hacer posible la transición desde una cultura de fuerza e imposición a una cultura de diálogo y entendimiento. De una cultura de guerra a una cultura de paz. La definición suprema de cultura es nuestro comportamiento cotidiano. Cada día, cada uno. Como compromiso personal y colectivo.

Recuerda: todos juntos, podemos. Todos juntos: tu contribución no puede faltar. Que nadie pueda reclamarte: «Esperábamos tu voz y permaneciste en silencio. Esperábamos tu apoyo y no nos lo...